Los 'apóstoles' para el Lavatorio de la catedral de Pamplona en 1927

La instantánea que abre este texto nos sitúa hace casi un siglo, ante unos protagonistas pertenecientes a la denominada exclusión social. Se trata de una fotografía, conservada en la Fototeca del Archivo General de Navarra, de 10 x 15 cms., realizada con una placa de vidrio con el procedimiento de gelatinobromuro. Su autor fue José Galle Gallego (Valladolid, 1898 - Pamplona, 1983), fundador de Foto Galle, uno de los más célebres estudios fotográficos de la capital navarra del siglo pasado, que se estableció en Pamplona a comienzos de la década de los veinte, trabajó en el estudio de Benito Rupérez Herrero (Fitero, 1881 – Pamplona, 1942), antes de independizarse y comenzar su actividad como reportero en 1924. Ancianos y pobres de solemnidad, encubiertos con trajes nuevos y capas, sombreros e incluso unas valonas blancas almidonadas de hidalgas resonancias de siglos pasados, todo en aras a representar, en la ceremonia catedralicia del Lavatorio del Jueves Santo, a los apóstoles que, veinte siglos atrás, habían protagonizado el mismo pasaje con Cristo en el cenáculo. Para la sensibilidad de nuestros días todo eso resulta chocante, ofensivo, vejatorio, e incluso poco respetuoso con las personas implicadas. Centrándonos en el tema que nos ocupa, veamos a la luz de esa fotografía tomada por Galle en 1927, cómo evolucionó la ceremonia del Lavatorio a lo largo del siglo XX, ayudados de diferentes textos y de las instantáneas del fotoperiodismo que se fue imponiendo en la capital navarra a partir de la década de los veinte. ANCIANOS Y POBRES DE SOLEMNIDAD EN UNA CEREMONIA SECULAR El hecho de sentar a la mesa el día de Jueves Santo a ancianos y pobres, generalmente de instituciones dedicadas a su amparo y sustento, fue una costumbre generalizada en tiempos pasados. Conocemos hasta los suculentos menús que se servían en algunos palacios episcopales. A continuación de la comida, aquellos hombres participaban en la representación del Lavatorio en el templo. Los ancianos y pobres, al menos desde el siglo XVII eran elegidos en Pamplona por el obispo. En 1901 y durante algunos años su procedencia era: seis en representación de las parroquias de Pamplona y otros seis de los diferentes arciprestazgos de la diócesis, variando estos últimos en los diferentes años. Además, los nombres de los doce se publicaban en el Boletín Eclesiástico y en los periódicos editados en la capital navarra. Se trataba de una noticia que se anunciaba con el clásico: “Ya se conocen los nombres de …”. Con el paso del tiempo todos los ancianos provenían de la capital navarra, concretamente de la Casa de Misericordia. El acuerdo del cabildo catedralicio con el administrador de la Misericordia se produjo en 1930, si bien el mayordomo del obispo ya había encargado los trajes al sastre para aquel año. En la documentación catedralicia siempre se alude a ellos como pobres, al igual que en los anuncios de los cultos de Semana Santa, en donde se añade el calificativo de ancianos, con alguna excepción en que sólo aparecen como pobres, en 1958. A partir de 1971 ya se generalizó el calificativo de ancianos. Desde la Casa de Misericordia llegaron los ancianos hasta 1991 en que se cerró la catedral para su restauración. En 1995, al abrirse de nuevo al culto, el arzobispo Fernando Sebastián suspendió en ese año el acto del Lavatorio. La costumbre de la comida a cargo del obispo se documenta al menos desde comienzos del siglo XVIII. De su realización en el palacio episcopal de Pamplona hay constancia a comienzos del siglo XX. Tras la Guerra Civil, la mesa con la colación de pastas y vino, presidida por el obispo Olaechea, se preparaba en la sacristía de los canónigos. No sólo en las catedrales y colegiatas se tenía aquella costumbre. Veamos lo que relata el corresponsal de Diario de Navarra en abril de 1906, en referencia a la villa navarra de Lumbier: “Con la pompa y solemnidad propia de la semana de Pasión se han celebrado en esta villa los cultos propios de Semana Santa, siendo todo el pueblo el que ha rendido homenaje, con su presencia en las funciones religiosas, a Cristo-Dios Redentor del mundo. Después de la sabrosa comida que en la casa parroquial servida por el señor párroco u coadjutores, señor alcalde y algún otro a doce pobres ancianitos de la villa, se celebró el hermoso y patético acto del lavatorio en la parroquia a los mismos apóstoles de la comida, en cuyo acto el señor párroco lava y besa los pies a estos hombres y el señor alcalde entrega a cada uno un pan y una peseta, besándoles la mano. Acto hermoso de humildad y fraternidad que contrasta con los modernistas y repugnantes banquetes de promiscuación que nos dicen los periódicos se han realizado en algunas capitales ¡Qué horror!”. EL MISMO ATUENDO AL MENOS DURANTE TRES SIGLOES La instantánea de 1927 pudiera dar lugar a equívocos. Se podría pensar que aquel atuendo con capa, valona y sombrero era el de tradición secular. En principio, sospechamos que no fue así y que sería consecuencia del desarrollo que experimentaron los trajes del país y tradicionales, merced a la Exposición de El Traje Regional e Histórico (Madrid, 1925) y al amplio reportaje que en aquel contexto se hizo en Navarra por el Estudio fotográfico de Roldán en 1924, por encargo de la Comisión del Traje Regional de Navarra. Sin embargo, una visita al Archivo Catedral en un sábado, con la amable atención de su archivero don Alfredo López Vallejos, nos sacó de toda duda. Tras consultar las actas y crónicas sin éxito, un ceremonial de comienzos del siglo XVIII nos sacó de toda duda, ya que da cuenta del gasto que hacía el obispo, mediante su mayordomo en aquellos pobres que representaban a los apóstoles. Así reza el texto: “El obispo hace comprar a su mayordomo una pieza de paño de color honesto oscuro de a seis reales la vara, poco más o menos, que tenga cuarenta y dos varas y de él se da a tres varas y media a doce pobres que elige su Ilustrísima, hechos unos sayos largos y doce sombreros negros que cuestan a cuatro reales, doce pares de medias de Roncal a dos reales y cuartillo y doce pares de zapatos de baqueta negra a medio ducado cada par, doce valonas sin encajes y doce pañuelos de a tres cuartas de roan ordinario y se reparten en los dichos pobres, dándoles a cada uno su vestido, sombrero, pañuelo, medias y a par de zapatos y ultra de esto de comer a mediodía una olla de garbanzos y de todo género de pescado y sus principios y postres y al lavatorio a cuatro reales a cada uno”. De ese mismo vestuario nos da cuenta la administración del obispo de Pamplona a comienzos del siglo XX. A los sayos se les denomina capas y a las valonas, cuellos o golas. Los proveedores son casas pamplonesas, algunas de resonancias ya históricas, como la Sombrerería Aznárez, los zapateros Juan Laguardia y Cristóbal Ortego, la sastrería de Dionisio Arellano e Hijo y las Adoratrices, encargadas de la confección de camisas, cintas y golas. En la factura de 1927, que localizamos en el Archivo Diocesano con la ayuda de su responsable Teresa Alzugaray, y publicamos aquí, podemos comprobar todos los artículos adquiridos en la sastrería de Simón Martínez -Sucesor de José Santesteban- que eran los de todos los años: tela negra para los trajes y capas, forros, botones, calcetines, sombreros, zapatos, cuellos o golas ….. En aquellos mismos años, el primer tercio del siglo pasado, se anunciaban los nombres de los “apóstoles” a bombo y platillo, en la prensa local, con este epígrafe: “Pobres agraciados por el prelado con vestido y limosna el Jueves Santo”. En 1980 los ancianos de la Misericordia ya no lucieron aquel atuendo de capas tradicionales. Las fotografías publicadas, fundamentalmente por el Diario de Navarra y Arriba España, muestran repetitivamente a los ancianos con aquellas prendas: capa, valonas almidonadas, sombreros, zapatos y medias. Muy pronto los sombreros seculares con cinta blanca que aún vemos en la fotografía de 1927 se sustituyeron, por otro tocado: la boina, más acorde con la tradición local. En la fotografía publicada por Diario de Navarra el 20 de abril de 1935, en el atrio de la catedral, ya aparecen con las boinas, al igual que en otras tomas realizadas en el Arcedianato, como las de Galle de 1944 y 1945. EL ACTO DESDE EL SIGLO XVII A NUESTROS DÍAS En la tarde del Jueves Santo, junto a los monumentos y procesiones, también gozó de gran popularidad el sermón del mandato y el lavatorio de los apóstoles. Éstos últimos, como hemos visto, solían ser personas necesitadas o pobres de alguna institución benéfico-asistencial. El gesto de caridad y humildad había sido recomendado por san Benito en su Regla y se convirtió en práctica universal en colegiatas y catedrales desde el siglo XII cuando el mismo Papa lavaba los pies. La función litúrgica es definida en la prensa local con los siguientes adjetivos: edificante, simbólica, piadosa, conmovedora, evocadora de la humildad de Cristo, emotiva. La celebración de la misma cambió de lugar y horario a lo largo de los siglos. En la Edad Moderna se celebraba en un tablado delante del Monumento de Semana Santa. El obispo intentó en 1832 que se trasladase al trascoro sin lograrlo de momento. En 1859 ocurrió algo que pudo haber dado pie a un relato ácido y satírico, según se recoge en un pequeño papel redactado por el ceremoniero, que dice: “El año 1859 sucedió un acontecimiento extraordinario. Subíamos al lavatorio en la forma acostumbrada. El señor obispo don Severo Andriani celebraba de pontifical. Yo estaba de baculista porque no había más que tres canónigos, sólo tres. Subimos al tablado los dos, diácono y subdiácono y yo. Y al subir los gremialistas con el señor obispo se hundió a plomo medio tablado, de manera que el señor obispo y todos los apóstoles quedaron hundidos. No hubo ninguna desgracia. El lavatorio se hizo en el presbiterio”. En 1861 el obispo sí logró el traslado de la función al trascoro. El cabildo aceptó con la condición de que el sermón del Mandato, que se celebraba inmediatamente, se hiciese ante el Monumento. Hacia 1920 se trasladó aquella celebración a la capilla de San Francisco Javier o refectorio gótico de los claustros. En 1947, excepcionalmente, tuvo lugar en el presbiterio de la catedral recién restaurada y, a partir de 1956, siguiendo normativa universal para toda la Iglesia se incluyó en la misa 'In Coena Domini', en el presbiterio catedralicio. El horario hasta 1956 varió entre las tres y las cuatro de la tarde. De ordinario, era el obispo el que lavaba los pies a los doce. La prensa recoge el detalle de la entrega de una limosna por parte del prelado. Un gran momento en la celebración lo constituía el sermón del mandato, que solía pronunciar el magistral de la catedral u otro canónigo. UNA ENTREVISTA A LOS PROTAGONISTAS EN 1967 Una entrevista publicada el 24 de marzo de 1967 por Diario de Navarra, firmada por Antonio Salvador, incorpora una fotografía múltiple de Zubieta con los rostros tocados con boina de los doce ancianos de la Casa de Misericordia que, aquel año, actuaron como apóstoles. Afirmaron todos ellos la ilusión que tenían de participar en el Lavatorio, fundamentalmente por sentirse católicos. Uno de los más veteranos refería que salían de la Casa hacia la catedral a las cinco y media en la furgoneta de la institución benéfica para estar a la seis en punto en la seo. Asimismo, refiere que el arzobispo les deba un abrazo, 25 pesetas a cada uno y un pequeño ágape de copas y pastas en la sacristía de los beneficiados. Alguno de los participantes señalaba que “me gusta ir porque tengo fe en Dios … y siempre van bien los cinco duros que nos dan”. El puesto que nadie quería ocupar era el de Judas. Respecto a la nominación, uno de ellos explicaba: “Mientras no fallece alguno, generalmente son los mismos. Cuando no pueden completar con los habituales, preguntan por quienes quieren ir y los que aceptan, previa elección del encargado que escoge las personas que él cree más apropiadas, son admitidos”. Aquel año los participantes eran de Pamplona, Ibero, Zabalza, Añorbe, Mendigorría, Orbaiceta, Legarda, Añézcar e Isaba, amén de uno de Valladolid que ya llevaba diez años participando en la representación. Elías, se lamentaba que pese a llevar ocho años en su papel, que pudieron haber sido nueve porque “el año pasado me tocó de guardia en las calderas y no me permitieron acudir. Sentí una gran desilusión”. Finalmente, uno de ellos, Félix, serio y alto, natural de Mendigorría afirmaba: “Es una de las mejores fechas. Me gusta mucho ir a la catedral. Además, es halagador que nos conozca el señor Arzobispo. Bueno, yo creo que nos identificaría antes por los pies que por el rostro. Tenemos buen cuidado en bañarnos a conciencia el mismo día”. A MODO DE CODA Finalizo con la locución de Cicerón en su Primera Catilinaria: "O tempora, o mores" (Qué tiempos, qué costumbres) y la contextualización de la instantánea de 1927 en el panorama del desarrollo de la fotografía de este tipo en la España del momento. En este último aspecto, no podemos sino recordar la relevancia que se dio a todo lo relativo al traje popular, a la luz de la exposición antes mencionada de 1925 y el reportaje encargado el año anterior al autor de la foto, José Gallego. Por una parte, estaba todo lo relacionado con el viaje de Alfonso XII a Las Hurdes y el auge de fotografías de tipo social en donde el autor reflejaba la pobreza, tanto en los núcleos rurales como en las ciudades, insistiendo siempre en la miseria y la vida atrasada. No es el caso de la fotografía que presentamos, que se ha de encuadrar en el fotoperiodismo local que habla con una imagen de una tradición, con una instantánea preparada en un ámbito concreto y tras la ceremonia, con los pobres dignificados con sus ropas nuevas. En Navarra, como en otros lugares, la fotografía no fue ajena desde sus inicios al tema de los grupos más desfavorecidos, especialmente candente hasta tiempos recientes en que las instituciones públicas se hacen cargo de las situaciones de exclusión. Buena prueba son las instantáneas, como las de los Homenajes a la Vejez, o las cuestaciones con los niños de la Casa de Misericordia que hoy provocan a la sensibilidad de nuestra sociedad, pero que formaban parte del paisaje de la capital navarra hace menos de un siglo.

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