La foto que llegó de ver películas

"En 1991 fuimos a Girona; en el 93, a Cuba; en el 94, a Maldivas; en el 95, a Costa Rica; en el 96 volvimos a Maldivas; en el 97 nos fuimos a las islas Galápagos; en el 98 descansamos; en el 99 a Sudáfrica...”. Francisco Javier Iriarte Iparrea va cantando el listado de fechas y sitios sin titubear. “Luego hubo años en los que no viajamos porque había que ahorrar”. Y sigue: “En 2002 a Papúa Nueva Guinea”. Y a una zona de Indonesia que se llama Maratua, y a las Azores, y vuelta a Cuba en 2015... “Este año toca Bali y ver el mundo de la fauna microscópica que pueda haber en esa zona de Indonesia, como crustáceos y nudibranquios, que son maravillosos, como babosas de mar, de tamaños desde medio centímetro a diez, con unos diseños y colores...”. Especies muy pequeñas que en sus fotografías transformará a tamaños de un metro, de metro y medio. Con una cámara prestada, una Nikonos, realizó su primera foto, a su mujer, que también bucea, en Girona, en la zona de las islas Medas. “Estaba mirando unas gorgonias rojas, que se dan muy pocas en el resto del Mediterráneo, y me llamó mucho la atención sacar fotos debajo del agua. El cuerpo me lo pidió”. Era 1991. De crío jamás pensó que pudiera llegar a ver “cosas tan bonitas” como de las que está disfrutando en el mar. Francisco Javier Iriarte -a partir de ahora Mak, como es conocido- tiene 53 años, vive en Santesteban y trabaja ahí desde hace 36, en la empresa familiar, Foto Zaldua, con otra tienda en Elizondo, la principal. Vamos, que puede decir que siempre ha sido fotógrafo. ¿Y lo de sumergirse en el agua? “Me viene del cine, de ver películas: me llamó la atención el mar”. Aquella curiosidad le hizo realizar un curso en Pamplona de fotografía submarina. Inicios de hace ya 25 años. “Llegar a la fotografía submarina fue pura casualidad: de haberme gustado el parapente, habría hecho fotografía aérea; de haberme gustado subir montañas, fotografía de esos lugares...”. Lo que está claro es que con su afición se ha ido al extremo de su trabajo diario de fotografías para DNI, bodas, bautizos y comuniones, retratos... “La fotografía submarina es para mí una extensión”. PERDERSE EN EL OCÉANO Y supone inmersiones en lugares apartados de tierra continental, a veces miles de kilómetros. Hay que tener muy buena referencia de la superficie porque es fácil perderse con una corriente. Por eso bucear ahí es complicado: “Si te pierdes, lo estás en la inmensidad del océano”. Para que imagine la situación quien jamás la ha experimentado, cuenta que el grupo de buceadores se sumerge y permanece agarrado al cabo que sale de la embarcación “y del que no te puedes soltar”. “Pero para sacar fotos es imposible: no hay nada más molesto para un fotógrafo que una aleta, un brazo, las gafas de otro buceador... Incluirlo en la imagen si forma parte de la composición está muy bien, pero que salga de cualquier lado... te mata la foto”. De todas formas, añade, cuando la inmersión se realiza con un buen equipo fotográfico, los guías o instructores, que conocen el entorno y el comportamiento de los animales, se preocupan de que los buceadores consigan buenas imágenes “y a veces te acompañan, indicándote posibilidades y yendo un poco más libre”. Mak se detiene un momento en la biología marina, “extensísima, con el mundo gigantesco, mastodóntico, de tiburones, ballenas, cachalotes... y el mundo diminuto, donde en un metro cuadrado ves especies diferentes de babosas de mar, crustáceos del tamaño de un centímetro o menos... Maravilloso”. Y si bien este tipo de fotografía implica que haya que estar sumergido en el agua, defiende que puede hacerse subacuática en nuestra zona porque ríos y embalses ofrecen oportunidades. “Es más delicado porque es más difícil por la suciedad, por las condiciones de corriente que pueda tener un río o la poca profundidad para poder colocarte, pero se hacen fotos muy interesantes”. Piensa en las que tiene del río Bidasoa, de los embalses de Leurtza... “Son dignas de ir junto con las fotografías de mar abierto”. ¿Cuesta mover o desplazarse con el equipo fotográfico? No son ingrávidos, así que un poco, sobre todo si hay corrientes -“paras mucho el flujo del agua, te tienes que impulsar con las aletas y debes hacer mucha fuerza”-. Y aunque las cámaras están preparadas contra los golpes, hay que protegerlas, por su delicadeza y porque son “muy caras”. Además de la buena forma física para bucear, es necesario un plus para manejar el equipo en el agua, sobre todo en los desplazamientos. “Muchas veces las fotos son en arrecifes de coral, muy delicados, y hay que tener mucho cuidado para no romperlos”. ¿Y ha sentido frustración por un resultado no deseado? “Las oportunidades en el mar se dan, las buenas se dan menos y las únicas se dan muy pocas veces. Así que, si no has calculado todo bien y no aciertas, te puedes morir”. Sin embargo, Mak se sumerge y fotografía siempre con este pensamiento: “La próxima foto será la mejor”. Así veo mi foto: El estruendo de las burbujas En aquella inmersión en las Azores, hace ahora cuatro años, Mak no tenía prácticamente referencias. Ni él ni el resto de submarinistas. Estaban en mar abierto, a unas tres horas en barco, en un punto que se denomina Princesa Alice, un pináculo, un monte submarino que no alcanza la superficie por 30 metros. Y un monte submarino con afloramiento de placton especialmente en verano, cuando es más fácil apreciar a grupos de mantas alimentándose. En inmersiones como éstas no hay que separarse de los compañeros, por esa falta de referencias, pero, “a veces, para lograr la mejor imagen, tienes que hacerlo, un poco...”. Y es que no puede imaginar quien no ha buceado el ruido que provocan las burbujas de un submarinista, y menos aún de varios. “En el mar, siete personas respirando debajo del agua con botellas de aire se convierten en un estruendo para la vida animal. La tendencia de las especies es que, si se acercan por curiosidad, al menor ruido se desvían hacia donde menos hay”. Así actuó entonces: si se quedaba a una distancia de los suyos y hacía una pequeña apnea, aquellas mantas que estaba viendo se acercarían. “En el momento de la foto estaban encima de mí, y yo al límite porque llevaba aguantando la respiración más de un minuto. Entonces se me escaparon unas burbujas, me vieron y el grupo empezó a abrirse. E hice la foto”. Eran seis, con una envergadura de entre un metro y medio y dos de punta a punta del ala. Un buen abrazo. Tomó la fotografía a unos siete u ocho metros de profundidad, una zona donde, si están activos, también hay tiburones azules. De hecho, de aquella vez cuenta con fotos de alguno. Y si bien podrían parecer más impactantes, ha elegido a las mantas por la sensación que experimentó. “Cuando vas a sacar fotos bajo el agua, lo primero que sorprende es la inmensidad del mar y pensar que, con paciencia y con un poco de intuición, de la nada, del azul, pueden salir animales prodigiosos”. Un azul fuerte en aguas libres que, en su opinión, “deja pocos contrastes, cuando necesitas contrastar a los animales, mientras que el blanco y negro te permite hacerlo con los grises”.

La foto que llegó de ver películas

De niño, Francisco Javier Iriarte Iparrea jamás pensó que pudiera llegar a ver lo que el mar le muestra ahora. Y menos fotografiarlo. Pero ya se han cumplido 26 años de aquella vez que, buceando en Girona, el cuerpo se lo pidió

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