El día que el pintor pamplonés Javier Ciga bajó a la calle en Madrid

El momento pudo ser así: cogió sus bártulos, salió de la pensión en la que vivía en la madrileña calle de Hortaleza, bajó a la calle y se puso a pintar. Sin buscarlas, tenía delante las escenas que quería plasmar, crudas, sobre los más desfavorecidos. Porque aunque tiempo después retrataría a la burguesía, se identificaba con la gente de la calle como artista del pueblo que era. Y él, el pintor pamplonés Javier Ciga Echandi, quiso unirse a la crítica social del momento para reproducir la vida difícil de los marginados, de los proletarios, de esa nueva clase social que había surgido y que estaba siendo protagonista con los artistas. La estancia de dos años en Madrid, de 1909 a 1911, permitió a Ciga empaparse del género que había irrumpido con fuerza en la pintura nacional e internacional, el realismo social, y crear cinco obras: 'La calceta', 'Los borrachos', 'Niño con cerezas' - 'Mutiko gereziekin', 'Los segovianos' o 'La carta' y 'La triste noticia'. La Fundación que custodia su trabajo y lo difunde ha recuperado las dos primeras tras donarlas en agosto la colección particular de Pamplona que las poseía. Ahora podrán exponerse. 'La calceta' y 'Los borrachos' son muy significativas porque “recobran un género al que no se le había dado mucha importancia. Y el valor estriba en que Ciga, un pintor pamplonés que reside en una Navarra donde todo llega mucho más tarde, lo acometa con semejante maestría”. Son las palabras de Pello Fernández Oyaregui, experto en el pintor y presidente de la Fundación desde abril, tras el fallecimiento de la presidenta y patrona fundadora, Gurutze Ciga Ariztia, hija del artista. Podría decirse que el pintor se topó con ese género pictórico cuando llegó a Madrid, un género que había nacido en Francia en la segunda mitad del siglo anterior, el XIX, al crear los movimientos revolucionarios una conciencia social que se trasladaría de la política al arte. Gustave Courbet y Honoré de Daumier serían los promotores y lo integrarían en sus obras con un afán de denuncia de las desigualdades de la época. “Los desfavorecidos -el campesinado, el proletariado, los marginados- empiezan a aparecer en la pintura, un hecho insólito hasta ese momento”, señala Fernández. Ese realismo social iba a ser una de las corrientes del realismo propiamente dicho, la más dura, con un tono reivindicativo, el de la crudeza de la vida de esos desfavorecidos, que conviviría con una más costumbrista, más amable, la que reflejaba el día a día de estas clases sociales pero sin ahondar en su pena, en su sordidez, en sus dificultades. Este género llegó a España con el cambio de siglo, si bien en la Exposición Universal de París en 1889 y en las exposiciones nacionales de Bellas Artes de Madrid autores españoles ya habían presentado cuadros de esta temática social. Como Sorolla con 'Otra Margarita', que alude a la Margarita de Fausto (Goethe) que ahoga a su hijo y es encarcelada. “Es realismo social total y absoluto”, expone Fernández sobre una mujer esposada en un vagón de tren y vigilada por la Guardia Civil. De hecho, Sorolla había sido testigo de esa escena, al coincidir en un viaje de Valencia a Madrid con una mujer, de la que decían que había matado a su hijo, encadenada y custodiada por dos agentes, y decidió expresar el drama en un lienzo. “Es una obra muy impactante”. Ganaría el primer premio de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1892. Lo impactante “es que Ciga haga lo mismo cuando llega a Madrid”. “Porque su mérito no va a ser solo que acuda a la Academia de San Fernando para recibir unas enseñanzas magistrales, que esté con los grandes maestros Moreno Carbonero y José Garnelo, que visite el Museo del Prado y descubra a Velázquez, a Goya, la pintura barroca española..., sino que salga a la calle y descubra la realidad de una sordidez, pobreza y dificultad apabullantes, haciéndola suya y pintándola”. Y es que la carrera de Ciga había dado un giro inesperado al entrar en acción la familia Urdampilleta, indianos originarios de Baztan, parientes del pintor, que actuaron como mecenas (el más importante, su primo Nicanor) y por los que estudió en Madrid y en París. Todo por el triunfo en 1908 con su cartel de San Fermín, “el certamen más importante a nivel provincial que tenía eco a nivel nacional”. De manera que en 1909, con 32 años y ya en Madrid, Ciga se ve arrastrado por la tendencia del momento “e incorpora a su obra el realismo social cuando en Navarra no se hacía nada de esto”. Se cuentan cinco obras porque en el pintor este género no tuvo continuidad. EDUCAR AL PUEBLO 'La calceta'. Su título no parece en absoluto crítico, más bien pausado, como de una escena costumbrista, pero sí lo es lo que plasma en el lienzo la escena de la niña leyendo a una abuela el periódico: el analfabetismo, que en España, con una población en ese momento de 20 millones de habitantes -unos 46,5 millones ahora- era del 60%, más aguda en las mujeres (66%) que en los hombres (53%). Existía en ese momento de comienzos de siglo una corriente filosófica y política, el Regeneracionismo -que conectaría con el Noventayochismo-, que defendía que el país saldría adelante educando al pueblo. “Al plantear esta escena, Ciga hace en este cuadro un verdadero alegato social”. Realiza un estudio del rostro de la abuela, con el particularismo de esas caras curtidas, secas y enjutas de los personajes castellanos. “Las arrugas y los pliegues faciales nos retrotraen a un registro de vida lleno de dificultades, pero, a la vez, de dignidad y esencialidad”. Ciga emplea el recurso de aclarar el fondo desde la parte inferior, de tonos más parduscos, a la parte superior, de ocres más claros, de manera que la escena queda muy bien ambientada, creando una atmósfera que rodea perfectamente a la niña y la abuela, “concentrándose en los rostros”. No sabemos quiénes son sus personajes, pero sí el periódico que está leyendo la niña. Es La Correspondencia de España, vespertino, llamado también como 'La corres', como la voceaban los vendedores callejeros, o 'El gorro de dormir', pues se entendía que había que irse a la cama con este periódico. Muy famoso en Madrid en aquel tiempo, era de ideología liberal moderada y denunciaba la corrupción. Desaparecería en 1925 por la fuerza de El Imparcial y El Heraldo de Madrid. En 'Los borrachos', Ciga emplea la luz artificial de los quinqués, una técnica muy barroca, para conseguir una luz cobriza que ilumina los rostros, dando al ambiente sordidez y enfatizando los rostros desagradables de sus personajes alrededor de una partida de cartas, jugándose unas monedas. “Ciga consigue un ambiente muy caricaturesco tratando de demostrar la marginalidad de la escena”. El experto en el pintor pamplonés destaca que es reseñable la relación iconográfica que guarda 'Los borrachos' con la obra 'Comedores de patatas' de Van Gogh, tanto por su ambientación como por el uso de la luz, “aunque probablemente Ciga conozca la obra de Van Gogh después, en su viaje por Europa”. En los rostros de 'Los borrachos' realiza un estudio psicológico: fealdad, embriaguez y caricaturización llevan a ese realismo extremo y sin concesiones que en arte se denomina verismo.

El día que el pintor pamplonés Javier Ciga bajó a la calle en Madrid

La Fundación Ciga recupera dos obras que el pintor pamplonés realizó durante sus dos años en la capital española con un género que utilizaría para denunciar la situación de los desfavorecidos, el realismo social, y del que existen cinco cuadros

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