Elizabeth Duval
“O tienes taras o es muy difícil identificarse con personajes de Iris Murdoch”
Jamás había leído a la filósofa y escritora cuando comunicó que hoy hablaría de ella en el ciclo ‘Oh, diosas amadas’. “Pero sabía que me iba a gustar. Encontrándole, me he encontrado en sus textos”

Publicado el 15/04/2021 a las 15:02
La considerada “escritora más brillante de Inglaterra” nació en Dublín (Irlanda) en 1919 y se instaló con su familia en Londres tras la I Guerra Mundial. Filósofa y escritora, Iris Murdoch, que murió en 1999 con 79 años y con alzheimer, quería escribir “auténticas novelas”, como decía ella, con el amor como tema. Desde enero, Elizabeth Duval la ha descubierto en su faceta novelística y filosófica para poder hablar hoy de ella en el ciclo Oh, diosas amadas de Letraheridas (19 horas, Condestable). Duval acaba de publicar el ensayo Después de lo trans, que presenta también este jueves en Katakrak (17 horas).
¿Es extraño un parón en plena promoción para dar una charla sobre la autora de referencia?
Se hace un poco estrambótico: cuando tienes que estar promocionando tu libro y repitiendo cosas sobre él, debes darte un atracón de una autora novelista y con obras de filosofía. Y produce casi un desorden de la personalidad por el que acabas confundiéndote con la autora. Ahora, leyendo cosas de Murdoch, he tenido ese sentimiento de “¡buah, es que soy yo, literal!” [ríe].
¿Cuándo la descubrió?
Un amigo, Ernesto Castro, hablaba una vez de que muchas veces prepara conferencias sobre temas de los que no ha investigado para forzarse a hacerlo. Por amistades muy fans de Iris Murdoch, sabía que me iba a gustar, y cuando desde Oh, diosas amadas me propusieron una charla, pensé en quién pero sobre todo con quién podía divertirme haciéndolo. Y dije Iris Murdoch, una autora que no había leído en absoluto. Así que me preparé para darme un atracón leyéndola y dar una charla sobre lo poco o lo mucho que me había gustado [ríe].
Pensé que ser ambas filósofas y escritoras le había motivado...
Sí, también. De hecho, es uno de los motivos por los que pensé que podía interesarme. Y me hizo gracia descubrir que a Iris Murdoch, que tiene una obra prolífica, le reprochaban publicar tanto, y, como yo también publico un montón, me sentí identificada.
Ha titulado la charla Entre la ficción y las virtudes. ¿Cuáles eran?
Cuando la titulé, aún no había leído nada de ella [ríe], pero hice una apuesta por lo que había visto a otra gente comentar sobre la Murdoch filósofa, un aspecto que me interesaba recuperar. Porque quien se haya leído más de una veintena de sus novelas podrá hacer una mejor panorámica de la Murdoch novelista, pero no hay tantas indagaciones en su pensamiento filosófico, con lo que esas virtudes las encuadro en esa recuperación de cuestiones de Platón o Aristóteles, relacionándolas con la renovación de una especie de ética de las virtudes, además de la reflexión sobre el amor y su brillo iluminador.
Su gran preocupación...
Me parece un tema muy humano. En el momento en que quieres poner en escena los dramas o tormentos de distintas psicologías y los problemas morales con los que te encuentras en las relaciones con distintos individuos, necesariamente te acabas topando con el amor o el enamoramiento, las relaciones más intensas o poderosas que esos individuos puedan tener entre ellos o compartir e incluso cómo la atención puede acabar degenerando y convirtiéndose en cuestiones obsesivas. Aunque tengamos una cultura popular en la que el amor está presente de forma constante, lo interesante de la visión del amor de Murdoch es que complejiza esas circunstancias morales o del deseo. Es importante que tengamos otro tipo de narrativas del amor u otras concepciones hablando sobre el amor. No se ahonda, por ejemplo, en cómo retrata casi de manera constante a hombres que vuelven locas a sus mujeres, en el sentido de que las atormentan, el amor como instrumento de dominación. Porque ella es una ferviente creyente del amor entre los individuos y de los afectos como salvadores en las relaciones sociales, y precisamente cuando se deshilachan esos vínculos o estamos más lejos los unos de los otros, se producen errores en la comunicación.
Comparten ser escritoras y filósofas. ¿Algo más?
¡Los gatos! [ríe]. Me gusta mucho una foto de Murdoch en la que sale con gatos. Además, su interés por cuestiones de filosofía moral. Y me identifico mucho con parte de lo que subyace en su visión sobre el arte y la creación literaria. ¡Creo que nos habríamos caído bien! [ríe] Y eso que tenía fama de ser un poco difícil.
¿De qué habrían hablado?
Sobre banalidades absolutas [ríe]. Puede ser que sobre temas culturales y literarios, pero me hubiera encantado comentar con ella cotilleos. Viendo sus tramas de enredos y vodeviles constantes en sus novelas, tenía que ser muy buena contando cotilleos.
Y hasta diciembre de 2020 no había leído una página sobre ella... ¿Conocerla ha sido como la búsqueda del tesoro?
Sí, y muy fácil. Está muy bien cuando se acierta de esa manera completamente aleatoria. Ahora está muy en boga leer una novela, una creación literaria, buscando una especie de identificación con los personajes. Y, si bien en los personajes de Murdoch muchas veces es imposible hacerlo a no ser que tengas algunas taras [ríe], me he sentido identificada con la autora: quienes escribimos o diseccionamos textos desde la crítica no tenemos tanto esa experiencia de la lectura no contaminada por el proceso de construir los textos y más bien buscas la identificación con la persona que los construye, con lo que hace, con los mecanismos que utiliza y lo que quiere mostrar o incluso cómo quiere divertirse. De modo que en el proceso de encontrar a Murdoch ha estado el proceso de encontrarme en sus textos.
¿Ha aprendido algo de ella que pueda trasladar a su obra?
Hay algo que me gusta mucho: no renuncia a su pensamiento filosófico y es capaz de ponerlo en escena en sus novelas, convirtiéndolas en tableros de juego donde aparece sin que sea una transmisión dogmática. A nivel filosófico-conceptual, pone palabras a muchas intuiciones que yo tenía. Me parecen muy valiosa sus concepciones del Bien como una especie de luz iluminadora en un mundo secularizado que ya no puede sostenerse sobre la idea de Dios, de ciertos rituales, de la atención y la mirada cariñosa y llena de amor y los fundamentos de toda su obra, que son precisamente las virtudes imperfectas, la moralidad imperfecta de cada uno de los individuos.
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