En
Lodosa hay un
a estación en la que no ruedan las maletas, ni suena la campana, en la que no hay pasajeros, ni paran los trenes. Una estación que desde hace unos meses ya ni se ve. Para entender la
historia de este singular apeadero, hay que conocer primero la de un arquitecto inquieto y polifacético y la de un pequeño imperio que se levantó y cayó en nombre de una hortaliza.
Poco se conoce sobre Matías Colmenares Errea (1879-1937), estellés de vida corta, intensa y algo enigmática. Colmenares fue futbolista, árbitro, político, periodista y arquitecto. Y lo hizo casi todo bien.
Al terminar la carrera de Arquitectura en Barcelona, jugó en el RCD Espanyol y el Barcelona FC, para después pasar a ser presidente del Colegio Nacional de Árbitros. Después de colgar las botas -y el silbato- proyectó en Barcelona el Estadio de Sarriá para el Espanyol (1923). Fue fundador de la Gazeta estellesa y arquitecto municipal de Estella, donde construyó la Plaza de Toros, la cruz de Peñaguda, y proyectó un boulevard brillante y necesario, todavía en trámites de aprobación cien años después. Colmenares falleció en la Guerra Civil, al ser capturado en Barcelona por una patrulla de milicianos, en una de sus visitas de obra.
Bueno, pues este estellés incansable, que fue el primer navarro que jugó en el Barça, que proyectó el mayor estadio de España en su momento y cuya vida daría para un libro entero, iba a diseñar además un edificio único en Navarra. Y el único de su especie.
La estación Féculas-Navarra formaba parte de la fábrica de féculas de Lodosa, inaugurada en 1912 y dedicada a la fabricación de féculas provenientes de la patata. Resulta que la patata, además de servir para hacer puré, tiene diversas utilidades, como la extracción de féculas que se utilizaron durante tiempo para dar apresto a los tejidos. Y la primera fábrica de féculas de España se instaló en Lodosa.
La fábrica era en realidad una pequeña ciudad autosuficiente que, además de espacios de fabricación, contaba con viviendas para trabajadores, oficinas, comedor y taberna, y que llegó a tener cincuenta mil metros cuadrados (unos diez campos de fútbol en el sistema métrico internacional). Un proyecto sin precedente en Navarra, cuya economía hasta el siglo XX estaba basada en el sector agrícola y ganadero.
Como parte del complejo se construyó una estación, que servía para traer la mercancía y en la que se alojaba el guarda agujas de servicio. Colmenares, un arquitecto ecléctico y de mundo, la diseñó en un singularísimo estilo modernista con una fuerte influencia del elegante secesionismo austriaco. Como si un pedacito de Viena hubiera aterrizado al lado del Ebro.
Un zócalo de piedra irregular recorre la planta baja, donde aparecen aberturas de ventanas y puertas con remates de ladrillo recreando formas sinuosas. Este zócalo decorativo transita en la parte superior a un lenguaje más sobrio, estiloso y abstracto de influencia centroeuropea. Las ventanas y pilastras enfatizan la verticalidad con remates curvos en cubierta y singulares pináculos geometrizados en las esquinas.
Un diseño sorprendente, de cierto aire surrealista, que se acerca a algunas experiencias del modernismo catalán, en concreto la Estación funicular de Vallvidrera -también originalísima-, y que poco tiene que ver con los escasos ejemplos de Modernismo en Navarra (principalmente en Pamplona), más decorativos y cercanos al Art Nouveau. Historiadores como Valentí Pons y Ricardo Muñoz repararon ya hace años en su valor, advirtiendo de su progresivo deterioro y reclamando su catalogación.
La fábrica de féculas cerró en 1919, al no poder competir con nuevas instalaciones en el mercado, para dedicarse a la producción de abonos químicos. Durante décadas la estación permaneció como vestigio de la fábrica, utilizada como apeador de RENFE, hasta que fue derribada recientemente por encontrarse en un estado lamentable. Un derribo un poco triste, que reabre el conocido debate sobre la protección del patrimonio.
Fue un ejemplar único de una especie en extinción. Siguió en pie en desuso durante años, envuelta en ese romanticismo y atractivo inquietante, que acompaña a la arquitectura abandonada. Aislada entre cultivos, en una imagen surreal, tenía la capacidad de trascender su entorno, de despertar nuestra imaginación, y trasladarnos a escenarios diversos y a otras épocas.
Tuvo una muerte lenta, resistiendo hasta el final, como quien espera a ser salvado atrapado en un incendio. Pero para la Arquitectura siempre es demasiado tarde cuando ya se ha dado la orden de entrar a las excavadoras.
CLAVES
Autor: Matías Colmenares Errea (1879-1937).
Educación: Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona.
Obras significativas:
Cruz de Peñaguda de Estella. (1913)
Plaza de Toros de Estella (1917).
Cines Teatral Estellesa (1918)
Estadio de Sarriá en Barcelona (1923)
Referencias:
Más información sobre la Fábrica de Féculas en: https://ondaregia.com/feculas-de-lodosa/