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La novela escrita para salvar un mundo

El poeta, escritor, ensayista y crítico de arte soriano Enrique Andrés habló en Pamplona de su amplia obra, como la novela ‘Los montes antiguos’

Ampliar Enrique Andrés Ruiz, durante su charla hace unos días en la librería Walden
Enrique Andrés Ruiz, durante su charla hace unos días en la librería WaldenBuxens
Publicado el 20/04/2022 a las 06:00
Le ocurre a Enrique Andrés Ruiz (Soria, 1961) que no se reconoce en el escritor que fue en otros momentos. “La identidad personal es una construcción literaria, imaginaria; es un deseo. Y no me reconozco fácilmente en cosas que escribí. Otros escritores hablan de su obra muy seguros de que es suya. Yo no lo soy tanto”. Se expresaba así hace unos días en Pamplona, en la librería Walden, después de que su librero, Dani Rosino, hubiera destacado que los afectos y los sentimientos son motor de su amplia obra, poética, de ensayos y de su primera novela, 'Los montes antiguos', que centró el encuentro organizado con el Ateneo Navarro.
Sobre todo poeta -“es la tarea literaria más constante que he hecho”-, aunque también escritor, ensayista y crítico de arte y cultura, a Andrés igualmente le interesa “lo carnal, lo corporal de la relación con la vida”. “Cómo las ideas”, continuó, “están determinadas y condicionadas por nuestro contacto material con el mundo, y por lo tanto el paso del tiempo sobre nuestro propio cuerpo y nuestro contacto a través del tacto, de la vista, del olfato... de los sentidos con la realidad”.
No quiso escribir una novela nostálgica. “No enumera los recuerdos con una especie de lástima por su condición pasada: es una novela escrita en la conciencia de la distancia que separa al escritor de ese mundo de la novela. No pertenezco ya a ese mundo, la distancia que me separa de esos montes antiguos y de la vida antigua en ese tipo de monte, como era el monte Valonsadero de Soria, es decisiva para el significado de la novela”.
Y es que en estas palabras estaba dando el autor las claves de la novela en la que el narrador, que regresa a la casa familiar, en Soria, tras la muerte de su padre, recibe de parte de Ramón Mateo, a punto de morir, el encargo de contar la historia de aquel rincón de Soria, reconstruyéndose desde los años treinta del siglo XX. Y aun no siendo nostálgica, es una novela “escrita con la intención deliberada de salvar un mundo, de que un mundo no se pierda, de que no caiga en el olvido”. “Es la encomienda que le hace Ramón Mateo al narrador y es la liberación que busca este al escribir las historias: esta escrita con conciencia de un deber”.
Con temas como las cosechas, los animales, las fincas, el paso del tiempo, los exilios interiores, la memoria familiar, el viejo comercio, las fiestas, la Guerra Civil, el poder y la piedad, los atavismos y la locura, el olvido y la muerte y la libertad, gran parte de los episodios y peripecias estén llenas de idealidad porque son objetivos inventados, fruto de la imaginación. Y es que, recordó Andrés, a él le transmitieron las historias “de manera entrecortada, secreteada, algunas historias medio calladas”, siendo esos huecos “donde actúa la imaginación, donde elabora sus propios relatos, que son los que han dado lugar a la novela”.
El inicio de la novela lo marcan dos situaciones complementarias, la tensión entre la llegada de la primavera y el duelo por la muerte del padre del narrador. “Gran parte del sentido de este libro, además de la distancia de su autor con el mundo sobre el que escribe, está en esa paradoja de la incesante renovación de la naturaleza y la conciencia de brevedad de las vidas humanas”.
DE TIERRA Y HOMBRES
Ha dado Andrés al monte Valonsadero el papel de protagonista principal de la novela, un monte comunal que pertenece a los habitantes de la ciudad de Soria, a unos siete kilómetros. La novela transcurre en esa franja entre la ciudad y el campo cuando entre los años treinta y ochenta del siglo XX había “continuas interpenetraciones”. “Era muy difícil dar con familias de la ciudad que no tuviesen relación con familias que vivían en los pueblos aledaños del monte, y había continuas idas y venidas del monte a la ciudad y viceversa”.
Novela de la tierra, de los hombres y del paisaje entendido como acción del hombre, gran parte de los personajes que la habitan es gente que vivía en el campo, en el monte, “que sufría las penurias, los sacrificios, los esfuerzos de vivir en el campo, con muy poco tiempo para el hecho contemplativo que significa acercarse a la naturaleza -“la naturaleza es un medio al que nos acercamos los urbanitas”-.
Y si bien todas las vidas que aparecen en el libro “son vidas truncadas, como todas las vidas humanas, pero llenas de esperanzas, de ilusiones, de deseos indesarraigables”, Andrés quisiera que fuera leída e interpretada “como la novela de personas vivas, y por lo tanto contradictorias, poliédricas, tan complejas como las personas en la vida”.
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