Luis Arbea, psicólogo, filósofo y poeta: “Si nuestra vida es lo más feliz posible, nuestra muerte también lo será”

Luis Arbea Aranguren (Pamplona, 1949) aborda en su última obra el mayor problema existencial del hombre, su propia muerte. Lo hace “con la máxima naturalidad, en un lenguaje coloquial, humilde y personal, y ofrece al lector algunas claves muy útiles para afrontar esta última etapa de la vida”. Por algo, es un encargo de su hija mayor, oncóloga desde hace 20 años; y, aunque de ninguna manera su autor quiere “prescribir nada”, Leire Arbea Moreno asegura que, al leerlo, “ha sentido una especie de alivio y paz interior, que le prepara (aunque aún sea joven) o al menos le reconcilia con la idea de morir”. Vuelve, tras la pandemia, con este hermoso relato sobre la muerte. ¿Tuvo oportunidad de pensar mucho en ella en el confinamiento? No. El tema de la muerte me ha rondado en la cabeza desde siempre. Además de mis antecedentes filosóficos, perdí a mi padre cuando él ho había cumplido 60 años ni yo 17, y también a mi hermano mayor, de 63, cuando yo pasaba la cincuentena. Esta preocupación se acentuó especialmente, a partir de cumplir los 70 años, porque perdí a un par de amigos. Así que era un tema que tenía ya muy trabajado. Con el encargo de este libro, su hija demuestra una gran sensibilidad y amor por sus pacientes... Ya lo creo. Precisamente por su trabajo, Leire vive con mucha proximidad la experiencia de la muerte y, a lo largo de los años, hemos mantenido muchas conversaciones sobre ella. Así que me pidió que pusiera por escrito todas esas reflexiones, con el objetivo de trasmitir esperanza a sus pacientes, pero también a todas las personas, y que sirvieran como último bálsamo para los que se quedan. ¿Por qué cree que el hombre actual vive totalmente de espaldas a su final, siendo algo inevitable? Hace cien o doscientos años, la muerte se vivía de una forma mucho más natural; pero el progreso y la tecnología nos ha hecho pensar que somos todopoderosos, así que vivimos la muerte como un hecho injusto y aberrante. Sin embargo, la muerte es solo la otra cara de la vida. Como las monedas. ¿En ese sentido considera que hay que humanizar la muerte? Claro, si creemos que tenemos el derecho de no sufrir en toda la vida estamos apañados, porque sufrimos desde que nacemos... Como decía el poeta León Felipe, “¡Ay! es el verso más antiguo que conocemos”, ya que lo primero que hace el bebé al nacer es llorar... ¿Qué habría que hacer entonces para volver a aceptar nuestra condición finita? Sobre todo, ser un poco más humildes. Desde que nacemos empezamos a vivir, pero también a morir. Podríamos decir que la muerte es una enfermedad congénita, así que deberíamos empezar a olvidarnos del ‘yo’... Lo que denomina ‘desyoización’ en el libro... Sí, la forma psicológica de llamar a la humildad [ríe]. Estamos obnubilados por el mundo material y tecnológico, y nos estamos distanciando de nuestro yo auténtico. Como también digo en otra de las páginas es como si el hombre mismo quisiera ser dios, ahora queremos ser inmortales... Pero precisamente la pandemia ha puesto de manifiesto nuestra gran vulnerabilidad... Ya... No quiero ponerme negativo, pero muchos pensábamos que íbamos a salir un poquito mejores de esta, y enseguida hemos vuelto a las andadas... ¿Por qué lo dice? El gen egoísta se ha impuesto al gen altruista. Igual tienen razón algunos y es puro instinto de supervivencia o un mecanismo de defensa, pero en esencia no hemos cambiado... Como sucede con la muerte, tampoco en eso podemos ir contra nuestra propia naturaleza... Veo mucha falta de humanismo en el mundo. Eso me entristece. Vamos a volver entonces al positivismo del libro, en el que propone desarrollar “inteligencias dormidas” que nos ayuden a dignificar la vida y, en consecuencia, la muerte. ¿En qué consiste esa aparente paradoja de la ‘nostalgia creativa, positiva u optimista’? La nostalgia es un sentimiento de por sí negativo. Añoramos la niñez, la juventud, todo lo que hemos perdido... Pero a ese sentimiento también podemos darle la vuelta, haciendo prevalecer la vivencia positiva de considerar todo lo que hemos ganado en el pasado. Así me he descubierto haciéndolo yo con mi hermano: “Hermano, hicimos y disfrutamos muchas cosas juntos, posiblemente nos dimos vida y ahora soy parte de ti. Gracias”. He pasado de la pérdida a la ganancia, al regalo de lo que viví con él y que ya forma parte de mí. Vivir con intensidad el presente, ser agradecido, saber perdonar... son otras de las maneras que usted propone para recorrer dignamente nuestra vida y llegar en buenas condiciones al final. ¿Algo que parece tan sencillo como puede resultarnos tan complicado? Como he dicho antes, somos egocéntricos. Entre lo que nos viene dado por naturaleza, la educación que estamos dando a nuestros hijos y el tipo de sociedad tan sofisticada y tan competitiva que hemos creado... Todo ello nos impide pensar más en los demás. ¿Cuál es el aspecto positivo del perdón? El perdón no es, en puridad, una conducta razonable. Lo lógico y lo natural ante una ofensa o un daño recibido es desarrollar un sentimiento de rencor y unos deseos irrefrenables, comprensibles y legítimos de devolver el sufrimiento, es decir de venganza. Pero realmente esta no acaba de ser tan placentera, catártica y reparadora como cabría suponer. Aunque nos cueste mucho, por el orgullo, el perdón nos libra de recelos y de angustias. Si yo perdono, soy perdonado. Y aunque el perdón es siempre un acto de libertad, también puede argumentarse que “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Por encima de todas estas, podíamos decir, ‘estrategias’, coloca usted el amor. El amor con mayúsculas, solidario y universal, hacia todas las personas que nos rodean... Aún a riesgo de parecer un antiguo, el amor aparece en todas las filosofías, religiones y hasta revoluciones.... La fraternité preconizada por la Revolución francesa no dejaba de ser un amor solidario y universal. Mientras prime la ‘pela’, el poder y el glamour iremos mal. El culto debe ser a la persona no al personaje. El libro está lleno de valiosas confidencias y experiencias personales, algo que es necesario para entender el mensaje. ¿Le ha supuesto tener que vencer algún pudor? En absoluto. Aunque hay personas que han agradecido mi valentía yo no lo veo así. Todos estamos cargados de miserias y, a mis casi 73 años, no me importa tanto lo que digan de mí como lo que yo pienso de mí mismo. Reconoce que durante años creyó que la mejor muerte era la que aparecía repentinamente, sin esperarla… Y sin embargo, ahora aboga por una muerte sin dolor, pero consciente y acompañado. ¿Por qué ha cambiado? Me he dado cuenta de que la persona que muere de repente no puede despedirse de los demás y eso les deja un vacío enorme. Por eso, con un poco de suerte, me gustaría morir sin dolor, consciente y acompañado. Pero, no se puede elegir la muerte. Así es, pero sí se puede vivir con la máxima dignidad posible. El libro en última instancia es un canto a la vida. Si nuestra vida es lo más feliz posible, nuestra muerte también va a serlo. Por ello deja escrito su testamento emocional... Eso es. Está dirigido a mi familia, en concreto a mis nietos, a quienes está dedicado el libro. En él hago repaso de toda mi historia, con mis defectos y con mi parte buena y les digo: ‘Quedaos tranquilos, porque me muero con una sonrisa’.

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