Historia
¿Dónde hubo brujas en Navarra más allá de Zugarramurdi?
Lejos del peso mediático de las brujas y cuevas de Zugarramurdi, muchas otras localidades de Navarra se vieron salpicadas por acusaciones de brujería y de acoger "conventículos", los conocidos coloquialmente como aquelarres

Actualizado el 13/03/2023 a las 20:39
"Navarra, tierra de brujos". Este podría ser un eslogan turístico, y quizá uno exitoso, pero en realidad se trata de una frase que dejó escrita Florencio Idoate, uno de los mayores expertos en brujería entre los historiadores navarros. Según sus palabras, todo el norte de la Comunidad Foral, desde Ziordia hasta Garde -y mucho más allá de Zugarramurdi-, se vio salpicado en algún momento entre el siglo XIV y el XVII por acusaciones, investigaciones o procesos relacionados con la caza de brujas. Y no solo la Montaña, también Tierra Estella, las orillas del río Ultzama, y en menor medida Puente la Reina, Tafalla y Tudela se vieron implicadas en este tipo de sucesos.
¿Se conoce con detalle dónde hubo acusaciones de brujería en Navarra? Por suerte, no faltan documentos que las atestigüen. Así, sabemos que en 1329 ya hubo una redada en las comarcas de Valcarlos, Roncesvalles y Burguete que tuvo como resultado la quema de varios brujas en la hoguera. Se encargó de la investigación el comisario Balanza y de entre las acusadas sabemos los nombres de Graciana de Esnoz, María del Caballo Blanco, la Abadesa, Miquela de El Burgo y María de Garralda. El Consejo Real, el más alto tribunal civil, juzgó el caso y varias de sus sentencias resultaron condenatorias. La pena fue la hoguera.
En ese tiempo también hubo un proceso en el valle de Bidasoa, y en Ituren, Zubieta, Lasaga, Igueríbar y Aurtiz. Precisamente, fue la parroquia de San Miguel de Aurtiz la elegida para reunir a 400 hombres y mujeres que debían ser "catadas en sus ojos izquierdos" por una tal Graciana de Izaroz, ya que se creía que en ese ojo quedaba impregnada la marca del diablo. Supuestamente, los "conventículos" (aquelarres) en los que participaban estos brujos se llevaban a cabo en el monte Mendaur. Una decena de personas fueron acusadas, pero ninguna resultó condenada.
Sabemos que las sospechas de brujería arreciaban en momentos convulsos o tras una serie de malas cosechas. Y, en este caso, Navarra pasaba ciertamente por un momento complicado, con una reina (Juana I) viviendo en el lejano París y con la nobleza ambicionando el semivacante trono, lo cual se reflejó también en un ola de antisemitismo cuyo punto álgido fue el asalto a la judería de Estella de 1328.
EL SIGLO XVI, EL MÁS ACTIVO
No obstante, lo vivido en 1329 fue solo el aperitivo de lo que estaba por venir. La auténtica caza de brujas en Navarra se produjo a lo largo del siglo XVI. Y el primero de los procesos, el de Burguete en 1525, fue quizá el más espectacular, por encima incluso que el de Zugarramurdi y su célebre auto de fe en Logroño.
Todo comenzó con una investigación en los valles de Aezkoa, Roncal y Salazar del licenciado Pedro de la Balanza, miembro del Consejo Real. Varias mujeres fueron encausadas: Magi Salvo (mujer de Miguel Gayarre), María de Aguerre (mujer de Pedro Martín), de Garde; Marfa Périz (de Roncal), Graxi Aguialt y Catalina de Iauregui (de Uztárroz). Algunas de ellas murieron quemadas en Burguete.
En 1539, en el valle de Salazar, el comisario Camús inició un proceso similar, pero centrado en principio en la figura del alcalde del valle, Lope de Esparza, al que se acusaba de tener relación con una bruja llamada Catalina la Sorora. Lope fue condenado a dos años de destierro. Al año siguiente, y relacionado con este caso, se celebró un auto de fe en Pamplona, lo cual era harto excepcional, ya que este tipo de procesos se juzgaban hasta entonces en Calahorra. 30 salacencos fueron investigados, en su mayoría niños o muchachos, pero no hubo más condenados.
Años después, en Burgui, se produjo una nueva "marejada brujeril" -en palabras de Idoate-. En esta localidad permanecía todavía fresco el recuerdo del prendimiento de María Gracieta, Juliana Ezquer y Gracia Sanz, quienes en 1535 habían sido primero acusadas de prácticas nigromantes y luego exoneradas de cualquier culpa, hasta el punto de que la sentencia había ordenado "que ningún vecino ni habitante no sean osados de injuriar ni afrontar ni decir palabra alguna contra las dichas suplicantes ni contra alguna dellas, inculpando ni difamandolas de bruxas ni bruxerias ponzoñeras ni hechiceras".
Y con ese precedente, se produjo en 1569 una nueva acusación, dirigida en este caso contra el sacerdote Pedro de Lecumberri y dos mujeres. Él se trataba de un hombre culto, formado en las universidades de Huesca y Burdeos, pero cuya madre había coqueteado con la brujería. Ellas eran María Gracieta, de 60 años, María Garat o Garate (su hija) y Gracieta (su nieta).
El Vicario General, juez del caso, creyó en la inocencia de todos los acusados, lo cual no gustó en Burgui. Afloraron nuevos nombres, más acusaciones, y el caso se trasladó a Zaragoza, donde un tribunal dictó una nueva sentencia, condenando al destierro a las tres mujeres y a Pedro de Lecumberri.
LA "PSICOSIS COLECTIVA" DE 1575-77
El paroxismo antibrujeril alcanzó su cénit entre 1575-77: proliferaron las delaciones por todo el norte de Navarra, en un fenómeno que recuerda a la caza a gran escala perpetrada en Escocia o Alemania. Y de todos los procesos que se abrieron, el más significativo fue el de Anocibar, en la comarca de Ultzamaldea. María Johan de Anocibar y su sobrino Miguel de Olagüe fueron condenados a pena de garrote y a que el fuego consumiera sus cadáveres.
Coincidiendo con lo de Anocibar, hubo averiguaciones en Ultzama a cargo del bachiller Ozcoidi. El brujo más afamado allí era el bastero de Lizaso, Sancho de Iráizoz; en el cercano Olagüe la acusada fue la posadera, María de Aniz. Todos ellos recibieron condenadas de destierro, posteriormente revisadas y rebajadas.
Pero la ola no se ciñó a la riberas del río Ultzama. También se expandió por las Améscoas y otros puntos de Tierra Estella, e incluso en la vertiente norte de la sierra de Aralar. Allí, en el valle de Araiz, se produjo en 1595 uno de los últimos casos de delaciones en masa. En Inza, cerca de treinta vecinos fueron detenidos por brujería y encarcelados en Pamplona: solo uno fue encontrado culpable y condenado a azotes y destierro, si bien dos hombres y diez mujeres murieron en prisión antes de la celebración del juicio.
Los tribunales civiles, en concreto la Corte y el Consejo Real, habían juzgado la mayoría de estos procesos de brujería. Sin embargo, un aluvión de acusaciones en Zugarramurdi y los alrededores atrajo la atención del inquisidor Alvarado, que llevó a cabo una concienzuda investigación que se saldó con centenares de acusados, de los cuales cerca de 40 fueron trasladados a Logroño. El auto de fe de Logroño de 1610 se saldó con doce condenas a la hoguera, de las cuales cinco ya no podían cumplirse debido a que los supuestos brujos ya habían fallecido.
Por último, a esta época "dorada" de la nigromancia corresponde un personaje que linda entre la leyenda y la realidad: el brujo de Bargota. De él se decía que tenía poderes mágicos y que viajaba por los aires, que tenía una capa de invisibilidad y que fue procesado en Logroño. Sea cierto o no, su nombre ya es reclamo suficiente para que esta pequeña localidad estellesa celebre cada verano una festiva y turística "semana de la brujería". Y como hemos visto, en Navarra, por suerte o por desgracia -según se mire-, no serían pocos los pueblos que en su acervo histórico pueden encontrar razones, de igual peso o más, para sumarse a esta lucrativa y evocadora moda.