El muro del recuerdo, en Zuasti

* Artículo publicado en La semana navarra el 9 de noviembre de 2014, con motivo del 25 aniversario de la caída del muro de Berlín. A 70 kilómetros de la frontera, en Schonebeck (antigua República Democrática Alemana), la familia de Gordon Stoj asistía perpleja a una revelación que sonaba a utopía. En la clandestinidad de las ondas mediáticas, los dos canales de televisión de la Alemania repartida entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia proclamaban al mundo la llegada de una nueva era: el Muro de Berlín caía a trozos y una etapa obraba el milagro de la reunificación de un país quebrado por su historia reciente. “Rápidamente cambiamos de canal y pusimos las cadenas oficiales de la República Democrática. Siempre andábamos comprobando lo que decían unos y otros. Nos movíamos entre el blanco y negro”, rememora con un símil que revela el contraste de las dos caras de un mismo muro. El ejercicio de cotejo y confianza realizado por su familia con el zapping de cadenas de televisión captó la atención de su mirada de adolescente, entre inocente y asombrad, en un primer paso de un camino hacia la libertad. La metamorfosis obrada por el proceso que desencadenó la caída del Muro , más allá de su alegoría de cambio y fin de la Guerra Fría, sembró trazos de novedad en un país partido después de la II Guerra Mundial y estigmatizado en agosto de 1961 con la construcción de un muro de lamentación y separación de un mundo en dos bloques. De visita días atrás a Pamplona en el reencuentro con conocidos de su etapa de empleado de la empresa de Landaben durante tres años y medio, Gordon Stoj -ingeniero de Volkswagen en Alemania-, retrocede con la calma de la distancia del tiempo, aderezada con dosis de humor, al instante de sacudida que convulsionó al mundo y abrió los ojos a 6 millones de alemanes del Este a una realidad desconocida. Su testimonio, como hombre nacido en el este alemán, refuerza el repaso a vivencias personales de compatriotas asentados en Navarra en la conmemoración del derrumbe de la frontera. Hasta ese instante, la rutina en la RDA se regía por los dictados del régimen comunista, con el celo extremado de sus autoridades políticas que tenían en la temida Stasi su brazo policial. Tal era el control que en las guarderías - recuerda Stoj- los educadores preguntaban a los pequeños por los dibujos que habían visto en la víspera por televisión. “Había una serie de una muñeca que se transmitía en las televisiones de las dos Alemanias”, señala. Matices nimos, como si en el capítulo de la víspera “había llegado en coche o en avión”, delataban la elección clandestina de los hogares de los niños con el riesgo a sufrir una reprobación de la Administración. Probablemente de todos cuantos acontecimientos se sucedieron en los días alrededor de la caída del Muro , hay uno que permanece indemne en la memoria del ingeniero de Schonebeck y que con sólo evocarlo aún hoy se conmueve por la cascada de emociones que se precipitan en su interior. Para cuando la puerta de Brandeburgo en el corazón de Berlín quedó abierta, el paso de las fronteras en países como Checoslovaquia o Hungría estaba allanado. En la embajada checa de la RFA, cientos de familias orientales habían hallado refugio no sin temor a que su apuesta se torciese en medio de un período de extrema confusión. En la tarde-noche del 9 de noviembre, el entonces ministro de Exteriores de la República Federal Alemana (RFA), Hans-Dietrich Genscher, atemperó su ansiedad con una promesa de libertad. “Ya no hay fronteras”, recuerda Stoj que dijo. La emoción contenida en una embajada abarrotada se reveló en un poderoso griterío, enjugado con lágrimas de alegría. Hubo, no obstante, precaución entre tantas expresiones de júbilo. Un pasado de penurias, miradas de soslayo, delaciones, censura y reprobaciones desató un temor comprensible a ser abortado a mitad de trayecto el tren hacia su nuevo destino en el Oeste. Las sospechas tenían hasta cierto grado de comprensión porque el convoy debía discurrir por suelo de la RDA. Tras la temeridad llegó la calma, y al final del túnel del desasosiego se vio la luz de la tranquilidad. EL SUEÑO DEL SUPERMERCADO El nuevo rumbo de la vida descubrió un mundo de licencias no permitidas, con escaparates y supermercados. “El cambio verdadero fue en 1990. En el Oeste pudo pensarse en una ampliación del territorio, con 6 millones de habitantes más. Pero en el Este, la vida cambió totalmente. La moneda pasó a ser diferente, había acceso a supermercados con tantos productos. Hasta entonces aquello parecía un sueño”, apunta en su regreso mental a noviembre de 1989. “En el Este no había ni plátanos ni naranjas” agrega en una tertulia improvisada en la que Evelyn Ströhle, del departamento de Relaciones Externas y Comunicación de Volkswagen Navarra, asiente en su diagnóstico por las escenas grabadas en su memoria del traspaso de alimentos que se produjo en los días posteriores a la noche de los tiempos sin muro . La oscuridad fue cómplice de los encaramados en lo alto de la piedra para “pasar plátanos”, según precisa. Originaria de Süssen (Baden-Wüttenberg), al sur de Alemania, quedó impresionada y embargada por la emoción de las imágenes de televisión contempladas en el restaurante en el que trabajaba en Baviera con 20 años de edad. “Fue algo emocionante”, repite. Con el trasfondo de los movimientos migratorios que se advertían con la apertura de las fronteras de Hungría y Checoslovaquia en agosto y septiembre de ese año, pudo imaginar un cambio cercano pero no tan prematuro, como confiesa. “Veías chicas que venían del otro lado a través de Hungría y que al acercarse a un supermercado llenaban de plátanos el carro por temor a que al día siguiente se agotasen. Era su experiencia. ‘Tranquilas que mañana repondrán las estanterías”, escuchaban para su tranquilidad de los anfitriones de su nuevo destino. La celeridad con la que se precipitaron los acontecimientos, con el derribo de la frontera, fue toda una sorpresa. “La caída del Muro no se esperaba que fuese algo tan rápido. En realidad vino dada por la equivocación de un portavoz de un ministerio y a partir de ese momento se armó la marimorena”, relata. La evocación histórica refiere a la anédcota que protagonizó el miembro del Politburó del SED (Sozialistische Einheitspartei Deutschlands, Partido Socialista Unificado de Alemania), Günter Schabowski, cuando en una conferencia de prensa, retransmitida en directo por la televisión de Alemania Oriental, avanzó la derogación de las restricciones. Su anuncio empujó a miles de personas hacia el muro en su convicción de que la frontera había desaparecido. Su libre interpretación se vio secundada por la negativa de los guardas a disparar como lo habían hecho hasta entonces cada vez que había un conato de huida. La confusión se avino entre una nube de acontecimientos previos, guiños de apertura y discursos políticos que hacían pensar en un ambiente de optimismo frente a la ortodoxia ideológica de los acérrimos al régimen comunista. En diciembre de 1988, Mijail Gorbachov, el padre de la perestroika, anunció ante las Naciones Unidas la voluntad del Kremlin de “no interferir en los asuntos internos de los demás países” de la órbita de la URSS, como recogía el periodista vizcaíno Manu Leguineche en las primeras páginas de su libro La primavera del Este. 1917-1990: La caída del comunismo en la otra Europa. El propio Gorbachov como el líder del sindicato Solidaridad, Lech Walesa, que extendió desde el astillero de Gdansk la sacudida política que volteó el régimen en Polonia, y tantos otros protagonistas de los hitos que marcaron el nuevo devenir histórico, coincidieron hace cinco años en Berlín. Su presencia, como la del Canciller en los albores de la Alemania reunificada, Helmut Kohl, ocupó lugar relevante en la tribuna de invitados del vigésimo aniversario de la caída del Muro . La efemérides, de mayor lustre que la sobriedad de la conmemoración programada para hoy en Berlín, fue celebrada con la misma emoción que sintió en su juventud Evelyn Ströhle cuando vio desplomarse la barrera de piedra. Ese día se sumó a la fiesta multitudinaria de la puerta de Brandeburgo, extendida al resto de la ciudad con réplicas del muro dispuestas a modo de fichas de dominó. El tiempo, como el pasado miércoles en Zuasti donde se alza un monolito con un trozo del símbolo de la incomunicación, dibujó un panorama gris contra las ansias de libertad reflejadas en lemas de color desde 1989. Por la noche “llovía a cántaros”, recuerda Ströhle para acto seguido apuntillar con orgullo sano: “pero ahí aguantamos”. CON LA RADIO POR FRANCIA Hace dos años, Bettina Melcher -arquitecta de profesión de 50 años de edad- regresó a Berlín acompañada de su familia por primera vez en el último cuarto de siglo. Ante sus ojos apareció una ciudad diferente a la que dejó. “Quedaban trozos del muro donde están los graffitis que fueron respetados para mantener la memoria”, precisa. El regreso a la capital alemana no tuvo el sobresalto del viaje de salida el 9 de noviembre de 1989, el mismo día del inicio del fin de la separación. La noticia le sorprendió en el coche en el que viajaba camino a Pamplona para fiar su futuro junto a su hoy marido en un proyecto familiar: “Pasábamos por Francia y allí sólo escuchábamos emisoras en francés. No llegaba del todo a comprender. Oía que había gente que estaba bailando encima del muro de Berlín. No lo podía creer. Cuando llegamos a Pamplona, encendimos la televisión y vimos que todo aquello era verdad, que lo que habíamos podido entender en francés era cierto”. Como le sucedió a Evelyn Ströhle, acogió “con sorpresa” la ruptura simbólica de las fronteras. “Las cosas -dice- estaban mal al otro lado. Sabíamos que muchas familias se habían refugiado en Praga, pero nadie se esperaba que fuese tan rápido”. Natural de Marl, “una ciudad situada a 20 minutos del campo de fútbol del Schalke 04, donde jugó Raúl”, cerca de Düsseldorf -explica con una licencia de humor-, coincide en la emoción y la alegría sentidas por tantos que vieron en el vuelco histórico un futuro de esperanza. Aunque era niña cuando recaló en España -primero en Madrid y finalmente en Pamplona-, Irene Strobl, gerente del centro alemán Linden nacida hace medio siglo en Múnich, ratifica la etiqueta de “repentino” para describir la analogía de la apertura europea que se escondía en la desaparición de los 156,4 kilómetros de extensión del muro . “Me quedé sorprendida”, admite con una referencia a un reportaje que este mismo medio reprodujo con sus primeras impresiones al mes de la reunificación alemana. En su familia, su padre -un antiguo combatiente de la II Guerra Mundial- sentía como algo lejano la pared que en agosto de 1961 separó dos mundos en lo que fue un mismo país. “No sé si quería olvidarlo, pero el muro era para él como algo muy lejano”, añade. El nuevo escenario político halló su réplica en una distribución urbanística adaptada en Berlín, favorecida por la eliminación de una barrera física y la disponibilidad de un amplio espacio libre que el tiempo y las intuiciones por los negocios se ocuparon de transformar a partir de 1989. “Berlín -relata Bettina Melcher- estaba como muy encajada con el muro . Al caer, todo su alrededor revivió”. “La zona cero, el centro de la ciudad, es muy grande”, corrobora Evelyn Ströhle. “Quedó un sitio enorme para la construcción”, remata. Efecto de la nueva configuración, despejada la zona prohibida erigida por la RDA en 1961, fue el desplazamiento del centro neurálgico de la capital alemana a una plaza y sus aledaños que, paradoja del destino, perteneció al Este. El mapa dibujado con la unión de las dos alemanas redobló si cabe el sentimiento de pertenencia a un único país de sus gentes. En tal apreciación hay unanimidad de opinión en los asistentes a la improvisada tertulia de Zuasti . “No cabe duda de que toda unificación acarrea sus problemas”, admite la profesional adscrita al departamento de Comunicación y Relaciones Externas en Volskwagen Navarra. En su reconocimiento añade una aclaración que desvela un sentimiento hondo: “Pero al final somos un pueblo y es lo que hay. La guerra nos dividió, es cierto, y se puede decir también que en el Este no había paro, pero creo que la unificación ha sido mejor para todos. La libertad debe primar ante toda circunstancia”. En ese valor supremo, la experiencia de la familia de Gordon Stoj es paradigma de la supervivencia a la que se vieron abocados miles de alemanes orientales cuando, derrumbado el muro , hicieron de la emigración su única salida por las oportunidades que veían debilitarse en su tierra de origen. Como era previsible, ante el contraste de economías de los dos lados, la antigua RDA perdió “competitividad”, como recuerda Stoj, frente a su vertiente opuesta. El ajuste del mercado económico y laboral contrajo esfuerzos en el hoy considerado país locomotora de Europa. ALEMANIA SOBRE TODO Ante la dificultad Alemania ha dado pruebas de superación, empujada por un carácter emprendedor, un talante laborioso y un sentir patrio, reconocido en la letra de su himno. Deutschland, Deutschland über alles (Alemania, Alemania sobre todo) reza la primera línea de la melodía, escrita en 1841 por August Heinrich Hoffmann von Fallersleben. La composición oficial estuvo relegada en la RDA durante su existencia y ampliado al conjunto de la nación reunificada en 1989. Con la separación desde finales de la II Guerra Mundial hubo diferencias y manifestaciones lícitas de orgullo territorial en asuntos tan prosaicos como la rivalidad deportiva, que servía para establecer una comparación en la conquista de más o menos medallas en unos Juegos Olímpicos. “Vosotros los de la RDA conseguíais más”, le espeta con respeto y humor Evelyn Ströhle a Gordon Stoj. “Pero siempre llegábamos a pensar que unidos sumábamos más medallas que Estados Unidos”, tercia a su vez Bettina Melcher. Paradigma de un sentimieno común de pertenencia, la defensa de unos mismos colores en el fútbol unía a la afición dividida por el Muro . “Jugase quien jugase, la RFA o la RDA, sólo había una Alemania. Todos estábamos unidos para que ganase Alemania”, rememora Stoj. La concordancia del fútbol es trasladada por Bettina Melcher a la vida cotidiana durante el medio siglo de desunión, acentuada en agosto de 1961 con el levantamiento del Muro . Como dice: “No nos podemos imaginar de otra manera. Nos sentimos alemanes. Después cada uno podrá decir que es de Baviera o del Este, pero primero somos alemanes”. Un monolito de 2.500 kilos y un trozo del Muro en Zuasti Un trozo de la memoria de Berlín grabada en piedra saluda a los conductores de la A-15 a su paso por Zuasti . Se trata de un monolito ideado por el arquitecto Fernando Redón rematado en su extremo con un segmento del Muro en forma de ele. Su diseño no es caprichoso. Simula a la primera letra de la palabra libertad. El conjunto pesa 2.500 kilos y fue inaugurado el 4 de mayo de 1991. En su base puede leerse el lema de Salvador de Madariaga, acuñado en Oxford en 1967: “El camino hacia la paz en Europa debe pavimentarse con piedras arrancadas al Muro de Berlín”. El mensaje de libertad y paz contenido en el hito en un margen de una ruta de primer orden llegó hasta Zuasti tras el acuerdo alcanzado por Autopistas de Navarra con un particular encargado de su adquisición. El periodista Manuel Romero tomó la iniciativa de comprar una parte del Muro para convertirlo en monumento a la Paz y la Libertad. A las pocas horas de su caída atravesó la frontera y siete meses después adquirió ocho segmentos, con un peso total de 20.000 kilos. La operación de compra, con tintes publicitarios, no estuvo exenta de cierto grado anecdótico. La cerró con la empresa Limex-Bau-Export-Import, tapadera en la obtención de divisa extranjera con la que Alemania Oriental pagaba a su red de espionaje. Una vez agenciado el material, convertido por circunstancias históricas en icono de una nueva era de paz y libertad, Romero contactó con una serie de interesados en el objeto fragmentado de su iniciativa en Alemania. En esa nómina de destinatarios figuró Autopistas de Navarra, que instaló el segmento hoy visible en el área de servicio de Zuasti . Lo propio hizo el Ayuntamiento de Madrid que colocó tres trozos en su Parque de Berlín. Hubo una tercera vía de destino, habilitada por el semanario Tribuna, que convirtió los 10.000 kilos de cuatro segmentos en 200.000 trozos, para regalárselos a sus lectores junto con la revista y un certificado de origen. Cuando comenzó el ocaso del Muro , Manuel Romero se encontraba en Hungría. Tomó un vuelo y se unió a las miles de personas que cruzaban a Occidente por Checkpoint Charlie, otrora paso de control.

El muro del recuerdo, en Zuasti

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