Javier quiere dejar de ser invisible

Javier Ramón Rosa cuenta que en el instituto se ponía muy nervioso porque no sabía contestar a las preguntas de los profesores. Y que nunca encajaba en ningún grupo de amigos. Lo relata muy tranquilo, sentado alrededor de una mesa en la Asociación Luciérnaga de Síndrome de Asperger, en el barrio de San Pedro en Pamplona. Son las cinco de la tarde del martes 18 de febrero, el día en que se conmemora este tipo de Trastorno del Espectro Autista (TEA) en todo el mundo. “Pues nadie diría que tienes problemas para comunicarte. Te has explicado de maravilla”, se sorprende el fotógrafo que va a inmortalizar al grupo de jóvenes y a sus terapeutas. Y Javier sonríe porque, “ya que va salir en el periódico” quiere reivindicar sus demandas y las de su colectivo. “A las personas con Síndrome de Down todo el mundo las reconoce y ayuda, que está muy bien. ¿Pero a nosotros? Como no ‘parece’ que nos ocurra nada... Somos invisibles pero tenemos que buscar nuestro lugar”. Como él lo ha hecho. Pamplonés de 23 años y vecino de Barañáin, a Javier le diagnosticaron Asperger en el colegio (cursó Infantil y Primaria en el CP Eulza y ESO en el IES Barañáin). Tras finalizar el curso pasado una Formación Profesional Especial en el centro integrado María Ana Sanz, en la Txantrea, trabaja ahora como auxiliar administrativo en la empresa de su padre, Feradetrans (de transporte, en el polígono Noáin-Esquíroz). “Tengo la suerte de que mi padre tiene una empresa pero para todo el mundo no es igual. Muchos de mis compañeros no encuentran trabajo. Nadie los contrata”, lamenta. Javier, que tiene una discapacidad reconocida del 66%, recuerda sus años de colegio pero, sobre todo, de instituto, como una “tortura”. “Solo al acordarme, sufro”, se emociona, mientras sus compañeros se preparan para iniciar una tarde de terapia en el grupo de jóvenes para mejorar sus habilidades sociales, con el psicólogo (Sergio Garralda Valencia) y el pedagogo (Nacho Delgado Peña) de la asociación. En el colegio, sigue Javier el relato, tenía muy pocos amigos. “Es que no sabía qué hacer para encajar en los grupos. Me sentía marginado. Siempre sufrí ‘bullying’. Me escondían la mochila en el baño”. EL 'HORROR' DEL DEPORTE Pero mucho peores, insiste, fueron los cuatro años de instituto, en los que él cursó la ESO en una UCE (Unidad de Currículum Específico) con otros alumnos con discapacidad intelectual. “A mí se me daba muy mal el deporte y la Educación Física”, recuerda las burlas de sus compañeros que, en una ocasión, estuvieron a punto de ir más allá. “Casi me tiran por las escaleras. No lo consiguieron pero lo pasé muy mal”. Una suerte, recalca, que en esos años contó con la ayuda de una profesora “que era una buena mujer” y que le apoyó “muchísimo”. “No sé qué hubiera hecho sin ella”. Con 18 años, un psicólogo del Centro de Atención Mental Infanto Juvenil de Sarriguren, donde le tratan, le habló a su madre de la Asociación Luciérnaga. “Llamamos y hablamos con Nacho (pedagogo). Empecé a venir y ¡estoy feliz! Aquí los demás son como yo. Nos entendemos. Vamos al cine, a comer...” Javier asegura que él es “totalmente autónomo” y todos los días coge dos villavesas para desplazarse de Barañáin al centro de Pamplona; y de ahí, al polígono de Noáin-Esquíroz, en el que trabaja. “Allí hago lo que me mandan. Como los demás. Un trabajo de lo que he estudiado. Pero no todos pueden decir lo mismo...”, lamenta la situación de muchos de sus compañeros. “A mí me preocupa el futuro. Aunque tengo la empresa de mi pare, me gustaría conseguir un trabajo por mi cuenta y mi sueño es convertirme en funcionario”, resume las oposiciones a las que se ha presentado para conseguir un puesto de conserje o servicios múltiples. “No he sacado plaza pero estoy en listas y me pueden llamar. Me supone una tranquilidad tener un trabajo para toda la vida”. Para él, sus padres, su hermana Gloria (de 20 años) y sus cuatro abuelos son “lo máximo”. “Representan mi pilar. ¿Qué haría sin mi familia? Son los que siempre están ahí, me apoyan... Me encanta estar con mis abuelos. ¡Incluso conocí a una bisabuela que murió casi con 106 años!”, presume de la longevidad de su familia. Y anima a otros jóvenes con Síndrome de Asperger a “salir a buscar trabajo”. “Hay que moverse y buscarse la vida. Nadie va a llamar a la puerta de tu casa”. Les recomienda ‘pelear’ en la Fundación ONCE (en el programa Inserta, para personas con discapacidad), en ADECCO, la UNED... “Deberían conocer el CREENA (Centro de Recursos de Educación Especial de Navarra) porque nos puede ayudar mucho”. Y así, este niño al que marginaban en el colegio y que recuerda los años de instituto como “una tortura” es ahora un joven con las ideas muy claras y al que, como a todo el mundo, le gusta salir con sus amigos al cine, a tomar algo, de excursión... O, también como a todos, compartir sus problemas y preocupaciones alrededor de un café con pastas. En la asociación o fuera. Al oírle hablar con tanto aplomo nadie diría que en el instituto se ponía nervioso porque no sabía responder a las preguntas de los profesores. Y que nunca encajaba en los grupos de amigos. “Mi madre me decía que yo era como los demás pero que iba a mi ritmo. Por eso, me costó más andar, hablar...” Un ritmo que no le detiene para dejar de ser invisible. Sea o no el ‘Día Mundial del Asperger’.

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