Rusia invade Ucrania
Olena condujo seis días de Ucrania a Cáseda
De 40 años, escapó de la guerra y viajó con sus hijos Nazariy (7) y Yana (17) para refugiarse con su amiga de juventud en Navarra. “No hablan de los ataques. Siguen en ‘shock’”

- Sonsoles Echavarren
Olena Ozeranska madrugó el jueves 24 de febrero en su casa de Ucrania. Su hijo pequeño, Nazariy, de 7 años y que había estado enfermo las dos últimas semanas, por fin se había recuperado y regresaba al colegio. La mujer, de 40, escuchó entonces el sonido de lo que creyó una explosión. Pero no se asustó demasiado porque en su ciudad, Vinnytsa, en el centro del país, hay una base de aviación y creyó que el ruido procedía de allí. Llamó entonces a la escuela para avisar de que su hijo asistiría a clase, cuando la voz al otro lado del hilo telefónico la dejó sin palabras. “Que venga si quiere pero será el único niño. ¿No te has enterado? ¡Ha estallado la guerra!”, respondió la maestra. Empezaron entonces los llantos y el desconcierto. “Olena telefoneó a su exmarido y durante dos días permanecieron en casa. Él les llevaba comida. El sábado 26 de febrero, por fin decidió huir. Cogió unas mochilas, a sus dos hijos pequeños, a su gata y se puso al volante”. Quien relata esta historia es su amiga de juventud, compatriota y tocaya Olena Skorobogatko Chebotarova, de 43 años y que vive con su familia en Cáseda desde 2003. “Le dije que viniera, que nosotros les acogeríamos. Y aquí están”, continúa la historia esta mujer, enfermera de profesión y que trabaja en la residencia de ancianos de Sangüesa. Tras seis días de viaje y casi 3.200 kilómetros, Olena Ozeranska descasa ahora en Cáseda con sus hijos Nazariy (7 años) y Yana (17). Su exmarido y su hijo mayor, de 20 años, continúan en Ucrania, en el frente. “No hablan nada sobre la guerra. Aún están en estado de ‘shock’.
Como los refugiados no hablan español, es su amiga la que toma la palabra. “Les costó tres días y medio llegar a la frontera con Eslovaquia (el tiempo habitual suele rondar las seis horas). Pero como circulaban a 5 kilómetros por hora... ¡Dicen que fue desesperante!”, sigue la historia. Afortunadamente, atravesaron la línea fronteriza muy rápido y continuaron el viaje en coche (por Polonia, Alemania, Francia y España). “Les hicimos una transferencia en euros para que pudieran pagar la gasolina y la comida”. Finalmente, a las dos de la madrugada del viernes 4 de marzo, la familia Ozeranska arribó, agotada, a Cáseda. En casa de Olena, comparten alojamiento con ella; su marido, Román Yesimantovskyy, transportista para una empresa que lleva paja para biomasa de Vitoria a Sangüesa; los tres hijos de la pareja: Vladyslav (26), Alexander (7) y Anastasia (3); y la madre de ella, Nina Chebotarova, de 71 años. “Hemos ido a Cruz Roja de Sangüesa a pedir almohadas, mantas... Ellos no han traído casi nada y hemos comprado algo de ropa”.
“¿Que qué van a hacer? No saben. De momento, quedarse aquí. Pero después dudan. Tienen miedo de volver a un país destrozado, quizá pierdan su casa... Es terrible”, se lamenta Olena, que ha vivido con su familia en Gallipienzo y Cáseda y cuyos hijos menores son españoles. “Olena y yo somos amigas desde la juventud. Y ella es la madrina de mi hija Anastasia”. Como los hijos de ambas (Nazariy y Alexander) tienen la misma edad, juegan a fútbol o con los videojuegos. “Pero no hablan de nada de relacionado con la guerra”. Olena ha solicitado en la Ikastola de Sangüesa, en la que estudian sus hijos, una plaza para el niño de su amiga, en 2º de Primaria. “Se mostraron abiertos. Lo importante es que se escolarice, haga amigos y retome poco a poco la vida normal de un niño de su edad”, insiste.
En las conversaciones que ha mantenido con su amiga, ella les cuenta otra visión de la historia: la que tiene su padre que vive en Moscú. “No ven las imágenes de la tele que ya son familiares para nosotros. Creen que no pasa nada. Olena ha enviado a su padre vídeos por ‘wasap’ para que sea consciente de lo que está ocurriendo y ya le ha contado que ha venido a España. ‘¡Abre los ojos, papá!’, le dice”. Aunque en defensa de los rusos, asegura que tienen “mucho miedo”. “Vi un vídeo de unos chicos en San Petesburgo que no se atrevían a hablar por las represalias”, subraya Olena Skorobogatko. Y recalca que la situación de los refugiados y de las personas que acogen es complicada. “No quieren molestar. Les aseguramos que no lo hacen pero a nadie se le escapa no están de vacaciones. La vida que llevaban hasta hace diez días ha desaparecido y ahora tienen que afrontar otra muy diferente”.