Las lágrimas de la COP26
El presidente a cargo de la última cumbre mundial sobre el cambio climático a penas ha podido reprimir las lágrimas. Presentaba el acuerdo al que, después de dos semanas de dolorosas negociaciones, se había llegado y que quedó diluido cuando el ministro de Medio Ambiente de la India, interrumpiendo el proceso de adopción del Pacto de Glasgow cuando iba a comenzar la sesión, propuso un último cambio en el lenguaje. Solicitaba a los gobiernos “reducir” el uso del carbón, en lugar de “eliminarlo”. Para evitar el fracaso del acuerdo, y entre la decepción de muchos delegados, se aceptó el cambio, que no cumple con lo que la ciencia dice que es necesario para contener los peores efectos del cambio climático.
La COP (abreviatura de “Conference of the parties”, es decir “conferencia de partes”) es la cumbre anual sobre el cambio climático que organiza las Naciones Unidas. Esta de Glasgow era particularmente relevante porque, según el Acuerdo de París, cada cinco años los países deben comprometerse con medidas más estrictas. Además, en 2020 todos los gobiernos firmantes tenían que presentar sus planes de acción climática (los NDC “national determined contributions”), que como su propio nombre indica, son compromisos que cada país adopta sin negociar con los demás. Y ahí radica parte del problema. Cuando se suman los compromisos de los 196 países firmantes, las emisiones globales no se recortan lo suficiente.
Antes de la cumbre de Glasgow, los NDC implicaban emisiones que nos llevaban hacia un calentamiento de más de 2,4ºC por encima de la media pre-industrial, y lejos del objetivo de no sobrepasar el 1,5ºC de calentamiento global. ¿Es el acuerdo de Glasgow suficiente para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5°C? Como dijo el presidente de la COP al borde de las lágrimas “honestamente, no puedo decir que creo que sí, pero nunca, nunca debemos rendirnos”. Por un lado, los países prácticamente han señalado universalmente que los combustibles fósiles no son el futuro. Por otro lado, no han sido capaces de definir una estrategia clara sobre cómo se producirá la necesaria transición a la energía renovable, tanto en los aspectos técnicos de la reducción de emisiones como en el modo en que afectará a las personas y las comunidades. Como dice el filósofo Daniel Innerarity, las grandes transformaciones demandan sacrificios, pero la sociedad no los hará si no hay una confianza en que habrá una ganancia -personal y colectiva- y que los costes se repartirán equitativamente.
En Glasgow se han producido multitud de acuerdos sectoriales en campos como revertir la deforestación, el abandono del carbón en generación eléctrica, el abandono de la venta de vehículos de combustión en 2040 (aunque no han firmado todas las grandes compañías del motor) o facilitar la financiación verde a países en vías de desarrollo. Algunos son muy ambiciosos, otros han recibido titulares que exageran la entidad del acuerdo. Técnicamente, estos son acuerdos al margen de la COP propiamente dicha, ya que son pactos voluntarios y no acuerdos entre los 196 firmantes. Es complicado aventurar el efecto que tendrán sobre las emisiones incluso si se llevan totalmente a cabo.
En cualquier caso, está claro que el reto que tenemos por delante como sociedad es importantísimo. Instalar más potencia renovable es una condición necesaria, pero no suficiente por sí sola. Más generación renovable tiene que ser necesariamente acompañada de otras dos cosas que deben ocurrir en paralelo: crear infraestructuras de almacenamiento energético y sustituir los equipos/maquinaria que hoy queman fósiles en todos los sectores económicos.
Electrificar muchos de los procesos que ahora realizamos con energías fósiles requiere efectivamente generar más electricidad sin emisiones. Una buena parte de las tecnologías de generación libres de emisiones son intermitentes y no generan exactamente cuando las necesitamos. Por ejemplo, en Navarra en 2019 de los más de 3.500 GWh de energías libres de emisiones (eólica, solar fotovoltaica, hidroeléctrica y otras) se consumieron 3.000 GWh porque los otros 500 GWh se produjeron en horas que no podían utilizarse ni almacenarse y se fueron por la red. A cambio hicieron falta unos 1.700 GWh de electricidad generada con tecnologías que emiten gases de efecto invernadero para cubrir una demanda total de 4.700 GWh. Cuando se dice que Navarra tiene una generación eléctrica un 75% renovable se toma el total de la generación anual (3.500 GWh). Si comprobamos las horas a las que se generó y se consumió verdaderamente (3.000 GWh) cae al 65%.
Es de los porcentajes más altos de España, pero si queremos un consumo eléctrico 100% libre de emisiones necesitamos almacenar el exceso de electricidad generado en horas que no las necesitamos para utilizarlas cuando nos hace falta. Sin almacenamiento, aunque se doblase la generación verde seguiría habiendo muchas horas al año sin generación libre de emisiones por ausencia del recurso (viento o sol) y otras muchas en que se generará en exceso de la demanda. El almacenamiento diario y estacional es uno de los grandes retos del futuro energético. Y el universo tecnológico está por definir en función de usos, volúmenes de energía acumulada y tiempo: bombeo hidráulico, hidrógeno verde, almacenamiento químico (baterías, pilas), térmico (en sales o roca fundida), mecánico (volantes de inercia, aire comprimido), supercondensadores, etc. Apostar por la innovación en el almacenamiento de energía y sus modelos de negocio es garantía de volver a situarse en la vanguardia de un proceso que además sostendría la industrialización 4.0. El segundo reto es sustituir los miles de millones de equipos, maquinaria e infraestructuras que en el mundo hoy utilizan fósiles para funcionar. De nada servirá instalar cantidades ingentes de nueva potencia eléctrica limpia y su correspondiente almacenamiento, sin sustituir equipos: los vehículos a motor, las calefacciones, las cocinas de gas, la maquinaria pesada y agrícola a diésel, los procesos industriales de alta temperatura, etc. Es un reto de proporciones ingentes. Y seguramente lo que llevó al ministro indio de Medio Ambiente a pedir que el compromiso se quedara en reducir el uso del carbón en lugar de eliminarlo. Decenas de millones de familias en India cocinan y se calientan con carbón, y más de la mitad de su producción eléctrica aún depende de quemar carbón. Hay mucho por hacer. Pero nunca, nunca debemos rendirnos.
Mar Rubio Varas. Departamento de Economía de la UPNA.