Un pacto de hace 175 años que sigue vivo

En la Navarra agosteña que se reparte estos días entre la fiesta y la piscina se atisba poco hueco para hablar de aniversarios históricos. Pero este es obligado. Es cierto que la historia tiene encrucijadas de esas que marcan. Navarra, hace exactamente 175 años, vivió una de ellas con la aprobación de la Ley Paccionada. Se trata de la ley con la que Navarra perdió la condición formal del Reino, que todavía mantenía, y se integró en el sistema político liberal que estaba surgiendo en el siglo XIX pero a cambio de conservar sus Fueros, es decir, una amplia autonomía que la diferenciaba del resto. Incluido, claro, el autogobierno fiscal que sigue ejerciendo hoy. En esta tierra donde nos gusta discutirlo todo hasta la saciedad, y pocas veces sólo con argumentos, la ley de 16 de agosto de 1841 ha sido objeto de controversias sin fin. Sobre todo porque ponía punto y final a una etapa gloriosa en el recuerdo, la de un Reino que formaba parte de España desde el siglo XVI, pero que conservó su condición y sus instituciones propias hasta comienzos del siglo XIX. Una situación que fue languideciendo hasta que el final de la primera guerra carlista, con la victoria liberal, le dio la puntilla que necesitaba el Gobierno de España para pasar página en la historia. La pequeña Navarra de 1841 En cualquier caso, habría que ponerse en aquel tiempo. Alfredo Floristán definió bien la Navarra de mediados del siglo XIX: “Era una provincia poco poblada (280.000 habitantes, estima Madoz), primordialmente agraria (trigo, vid, olivo, huertas, ganado), con industrias tradicionales en crisis (ferrerías) y sin apenas industrias nuevas, que seguía celebrando animados mercados y ferias de carácter ganadero, tierra de comuneros, almadieros, carboneros, salineros, labradores y pastores, de contrabandistas y guerrilleros; política y socialmente dividida y lingüísticamente diversa”. Es curioso, el retrato social de sus gentes y de su economía no tiene nada que ver con el presente, pero el panorama político y lingüístico, en cambio, podría ser de hoy. Pamplona vivía en 1841 encerrada en las murallas y la gran novedad de aquel año fue la inauguración en julio del Teatro Principal en la Plaza del Castillo, un edificio que cerraba la plaza en el hueco donde hoy arranca la avenida de Carlos III. Junto a él se iniciaban las obras de los cimientos del que sería el actual palacio de la Diputación, la representación del poder político propio de Navarra desde entonces hasta hoy. No al inmovilismo Lo que aquel puñado de liberales que ocupaba la Diputación supieron ver en esos tormentosos momentos es que cerrar un pacto con el Estado tras la derrota carlista era el único paso posible para avanzar como comunidad sin perder una identidad histórica cincelada durante siglos. No se anclaron en el inmovilismo del no. Y las “élites” de aquel momento, por interés o por convicción, movieron sus cartas hasta que se aprobó la Ley, sancionada por las Cortes de España y el regente Espartero en pleno verano. Sembraron para que luego, mucho más tarde, en estos últimos 50 años, Navarra aprovechara esa herencia y despegara con fuerza gracias al uso del Convenio Económico, que ayudó a transformar una comunidad agraria y emigrante en otra industrial y próspera. Singularidad Con la distancia que dan casi dos siglos después, somos capaces de medir su acierto en términos globales. Aquella norma traumática enterraba una larga y épica etapa histórica, cierto. Pero abría otra en un mundo muy diferente. Esa ley es el puente que enlaza el viejo Reino medieval con la moderna realidad de Navarra en el conjunto de España y por eso su significado ha perdurado en la conciencia popular. Asi que donde algunos ven “privilegios”, los navarros leemos tan sólo la singularidad de nuestra historia y el fruto de un pacto con el Estado que sigue vigente desde la lealtad y la solidaridad mutua.Una realidad que chirría a los nuevos centralistas del siglo XXI, que vuelven fuertes, y no digamos al nacionalismo vasco, que suspira por verla naufragar y que ansía borrarla de los libros de texto como acabamos de comprobar. Si se firmara hoy un pacto así, algunos “modernos” de Podemos lo llamarían ejercer “el derecho a decidir”. Seguro. Resulta llamativo que siempre han considerado el Fuero “de derechas” cuando tan sólo representa más libertad para todos a la hora de elegir. Una singularidad, en suma, que nos permite tener un sistema fiscal diferente y autónomo, recaudar los impuestos, decidir en qué gastarlos, financiar bien a los ayuntamientos, gestionar la red de carreteras, contar con la Policía foral, tener un órgano que audita nuestras cuentas públicas (Cámara de Comptos); plantear las herencias familiares con total libertad y un largo etcétera.Todo eso representa hoy el Fuero, esa palabra que parece anticuada y cargada de polvo, pero que, en realidad, impregna la vida diaria de los navarros sin que la mayoría sea consciente de ello.

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