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OPINIÓN

Los líos de Palacio

Lo fácil que es dejar enquistar una crisis política y empeñarse en no resolverla bien. Son las dos enseñanzas de manual que acabamos de sufrir en Navarra con Manu Ayerdi y María Chivite de protagonistas, con el toma y daca de la dimisión del primero. Mes y medio ha costado cerrarla con el consiguiente desgaste institucional para el propio Gobierno de Navarra.
Una crisis-reajuste que ha terminado pudriéndose. Que el tiempo no resuelve las crisis políticas, sino que sólo consigue que se pudran es de primero de manual de política. Sin embargo eso es lo que ha ocurrido estas semanas alrededor del Gobierno foral. Si ha habido algo llamativo es la resistencia, la obcecación dicen sus críticos, del consejero Manu Ayerdi por evitar o retrasar su dimisión.
Una decisión a la que le obliga no la investigación penal por el caso Davalor (los 2,6 millones de dinero público perdidos por ayudas a una empresa por decisión del consejero y sin el aval de los técnicos), que apenas está en su inicio. Le obliga una ley aprobada en Navarra en la anterior legislatura e impulsada por el Gobierno del que él era vicepresidente. Así de evidente.
El devenir judicial del caso Davalor es una historia diferente, porque tendrá su propio recorrido y hay que dejar actuar ahora a la Justicia. Pero, políticamente, la dimisión de Ayerdi era una necesidad desde el primer día. El consejero se ha resistido lo indecible a este final estirando plazos e informes jurídicos hasta rozar el absurdo político. Más de un mes al final. Ha prologado así una situación de interinidad y de desgaste insostenible. Para él mismo, para su propio partido (el PNV) y para el Gobierno que dirige María Chivite. En definitiva, para todos.
La presión política de su propio Gobierno. Ayerdi, de hecho, dimitió finalmente el viernes no porque considerara que jurídicamente era lo que tocaba, sino porque vio que la presión política se le hacía insoportable. Ayerdi realizaba el viernes una breve comparecencia en la que no aceptó ni preguntas de los periodistas. Es decir, sólo ofreció un monólogo con sus propias explicaciones sin someterse al escrutinio periodístico.
Ojo, y hay que entender que la presión que terminó por adelantar la marcha de Ayerdi sobre sus propias previsiones no sólo venía la de la oposición, de Navarra Suma. Habría que añadir la del propio Gobierno de Chivite, consciente de que retrasar lo inevitable sólo era una agonía sin sentido y que, en privado, lanzaba mensajes apremiando al cierre de la crisis. De hecho en el Palacio de Navarra se barajó un cese de Ayerdi si este seguía enrocado en no dimitir. Por una razón evidente. La presidenta sabía que la presión para resolver este asunto se desplazaba a su despacho y que si el consejero no tomaba la decisión imprescindible lo tendría que hacer ella. De hecho, al final no tuvo que dar el paso al que estaba ya obligada por mera necesidad de demostrar su liderazgo. El caso es que no hubo cese sino dimisión. Quizás Ayerdi claudicó ante un cese que estaba ya al caer. Y Chivite no tuvo que ir más lejos para no estirar más la cuerda con sus socios de Geroa en estos momentos tan delicados.
La tirante relación de los socios. Porque la tensión política que hay detrás de la crisis-reajuste del Gobierno ha salpicado la siempre inestable relación entre Geroa Bai y el PSN. O, mejor dicho, entre Uxue Barkos y María Chivite, que no es lo mismo y es más inestable y tirante que la de los propios socios. Fundamentalmente porque son ellas las que rivalizan por el sillón presidencial, claro.
En el Palacio de Navarra no sentó nada bien que desde el entorno de Geroa Bai filtraran en la mañana del jueves el nombre del sucesor de Ayerdi. Se trata de Mikel Irujo Amezaga, de 48 años, doctor en Derecho, militante antaño de EA, hoy del PNV, un experto en la UE, director general en el Gobierno foral y que además cuenta con un apellido “pata negra” en el nacionalismo vasco en Navarra.
Pero el enfado no era por el nombre del sucesor, sino porque en esos momentos ese nombre no tenía todavía el placet obligado de la presidenta. Hay que recordar que este relevo exigía tres aprobados previos. Primero, el del PNV, por ser el partido que propone su cuota en el Gobierno. Luego el de Geroa Bai, es decir, el de Uxue Barkos, por el visto bueno necesario del conjunto de la coalición. Y en tercer lugar, el de la presidenta, María Chivite, que es la única que nombra a los consejeros del Gobierno.
Y se recibió como un “trágala” en la planta noble del Palacio que al hacerse público el nombre se saltara este tercer placet y se diera por hecho. Así que se retrasó con toda conciencia ese visto bueno para marcar distancias. Luego, en la práctica, el asunto quedó en aguas de borrajas. Pero fue un gesto con mensaje. Una grieta que sumar a los desencuentros entre Chivite y Barkos.
Y, por si faltaba algo, en medios políticos se considera la propia filtración un “dardo” interno de Geroa hacia el PNV, tensionados ambos tras la creación del partido de Barkos dentro de la coalición. Este nuevo partido supone una pérdida de protagonismo del PNV en el conjunto del proyecto de Geroa Bai. Una rivalidad dentro del nacionalismo que está muy viva también. Porque, de hecho, se filtró el sucesor sin haber dimitido el titular. Así que sí, los líos de Palacio existen. Son muchos y variados. Hoy y antaño.
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