"Harían bien los espiados independentistas en revelar sus vínculos con Putin"
En su novela El espía que llegó del frío de John Le Carré, el protagonista Alec Lemas pegunta: “¿Qué crees que son los espías? ¿Sacerdotes, santos, mártires? Son una escuálida procesión de idiotas, vanidosos, traidores (…) y borrachos, gente jugando a indios y vaqueros para animar sus pochas vidas”. Es una visión desencantada, propia de la Guerra Fría, del agotamiento de un juego de verdades y mentiras cuando Europa, y medio mundo, eran el tablero de ajedrez de Estados Unidos y la Unión Soviética. Más compleja y, a mi parecer, de una perfección formal incontestable es El factor humano, de Graham Green, cuyo final, que no revelaré, no puede ser más impactante. Queda claro que aunque pueden rastrearse antecedentes del género en obras de Alejandro Dumas, Joseph Conrad o Chesterton, fue el periodo de la Guerra Fría el que cultivó un interés sin precedentes por un género cultivado por hombres que antes de escritores fueron espías. Sabían de lo que hablaban. Ese periodo transformó el mundo en un juego sangriento de guerras, revoluciones, comandos de la muerte, dictaduras e invasiones. Se podía viajar a Viena, sentarse en un café y ver pasar a los hombres de las gabardinas de uno y otro lado. Información, contrainformación, propaganda, eliminación de agentes, periodistas y opositores… ¿Les suena? No es extraño que el género resurgiera tras la Caída del Muro de Berlín y los atentados del 11-S contra el Word Trade Center. Desde entonces no han faltado thrillers y sagas a lo Jason Bourne, personaje creado por el escritor Robert Ludlum, que es un James Bond oscuro, sin casinos de lujo ni chicas en bikini. Los espías de verdad no descansan, pero el interés por las novelas que protagonizan suele coincidir con un mundo convulso, complejo, donde el individuo es una pieza sacrificable en un juego que supera con creces su capacidad de compresión. Y puesto que de espías habla la actualidad, harían bien los espiados independentistas en revelar sus vínculos con Putin, auténtico Doctor No de la actualidad.
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