Navarra era una yesca
Volví a Pamplona de viaje el fin de semana fatídico, y nada más llegar noté un olor a pan quemado y desde la ventana vi a lo lejos las columnas de humo que se levantaban tras el Perdón, como si al otro lado, más al sur, estuvieran bombardeando. Apenas un día antes se había entregado el premio Príncipe de Viana al pintor Salaberri y ahora los serenos paisajes que salen en sus cuadros, los colores de las estaciones y la geometría de sus delicados contornos ardía por los cuatro costados, se iban tiñendo de negro fúnebre, como si una gran mancha de tinta los hubiera arruinado. Navarra era un yesca y el fuego iba prendiendo uno tras otro, como si fuera una maldición: pasaba de Uterga hacia Puente y de allí seguía a Guirguillano; de Belascoain, cruzando sin pudor el Arga, subía a Argiñariz, donde se hace el pan, y avanzaba hacia Alloz; tampoco respetaba el valle de Echauri ni el VaIdizarbe; se ensañaba en San Martín de Unx, y se hacía fuerte en Gallipienzo, como si tratara de recordarnos los viejos nombres de estos pueblos y paisajes, de contenida belleza, que ahora parecían tan frágiles. ¿Qué estaba ocurriendo? Había hecho mucho calor, desde luego, y se estaba cosechando, pero lo mismo ocurría en la vecina Rioja, y en Zaragoza y en muchos otros sitios, y era solo aquí donde todo se había salido de madre. No era posible saberlo al escuchar las envaradas explicaciones de un gobierno que parecía sorprendido, temeroso, como si lo que ocurría no se le hubiera pasado por la cabeza. La situación es compleja, escuché, lo que sonaba un poco a chiste cuando los bomberos no daban abasto y eran los agricultores quienes salían con los tractores a hacer cortafuegos y parar las llamas a las puertas de los pueblos en los que solo quedaban los hombres. De pronto se nos había caído una venda: la vana ilusión de que vivimos en un mundo seguro donde todo está controlado, que somos invulnerables, que el Estado nos protege, como un padre que lo puede todo, porque al final nos falla, se enreda, se excusa y se desentiende y nos deja solos, es nuestro sino, frente al fuego.