"No volveré a cenar lentejas: anoche soñé con Irene Montero"
No volveré a cenar lentejas: anoche soñé con Irene Montero. Uno ya no tiene edad para apretarse un plato de honradas legumbres a las diez de la noche. Leí un rato antes de apagar la luz. Sentí un amago de rebelión gastrointestinal que achaqué a los efectos secundarios de la novela que compré por ver si era tan mala como había oído. Lo era. Tampoco está uno para perder el tiempo con panfletos. Entre las legumbres noctívagas y la lectura duodenal no pude reprimir un eructo infrahumano. Desde el suelo, el perro ladeó la cabeza preguntándose si aquel sonido provenía de mi interior. Apagué la luz. Borborigmos y sudores fríos acompañaron mi paseo onírico por la veladura de un parque. La figura de una mujer se aproximó levitando a un palmo el suelo. Tardé en reconocer a aquella beldad, pues llevaba una peluca rubia, pañuelo, gabardina y gafas de sol. Parecía salida de una película de Alfred Hitchcock, pero su voz la delató: “¡Tu perro no está castrao!”, gritó mientras señalaba sus testículos (los del perro). Atemorizado, musité buenos días por ver si su excelentísima entraba en razón. Por caprichos del inconsciente, se había despojado de su disfraz de Grace Kelly y lucía toda su majeza. Aduje que mi perro no quería ser castrado. Irene Montero se apartó la melena desde lo alto y con gesto de monja alférez, gritó: “¡El violador eres tú!”. Musité: “No, mire, yo no…” Levitó a un palmo más de altura para añadir: “¡Sí es sí!”. Irene vestía ahora unos pantalones con brilli-brilli, zapatos rosas de tacón y sudadera de Tangana. Aquello iba de mal en peor. Me señaló: “¡Tú eres un fascista!” Me fijé en que la pintura de uñas estaba descascarillada. No pude replicar pues giró sobre sí misma hasta formar un torbellino del que salían despedidas a toda velocidad hortalizas caducadas, perdigones de saliva y hojas del Código Penal. Desapareció. Comprobé que nadie más había sido testigo del prodigio. Una sed beduina me despertó e impelido por un apretón incontenible alcancé el inodoro. Qué alivio.
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