La moral desdoblada
En 1978, durante un coloquio en la emisora France Culture, Michael Foucault, afirmó: “La forma legal del consentimiento sexual es una tontería. Nadie firma un contrato antes de hacer el amor”. Firmaría esta frase si no fuera porque Foucault se refería al sexo entre adultos y menores. Dos hombres habían sido condenados a diez años de cárcel por abusar de niños de entre 11 y 14 años. El caso escandalizó a la intelectualidad francesa, que defendía la “libertad sexual de los menores” y la puesta en libertad de los pederastas. Gilles Deleuze, Jaques Derrida, Jean Paul Sartre, Simon de Beauvoir, Louis Althusser o Félix Guattari, entre otros, firmaron el manifiesto. Michael Foucault tenía serías razones para desactivar el consentimiento, puesto que sobre él recaían sospechas de pederastia con niños tunecinos. Simon de Beauvoir fue despedida del liceo donde impartía clases de Filosofía por haber abusado de una alumna. En la biblia del feminismo, El segundo sexo, dejó escrito: “Hasta para el hombre más deferente y cortés, la primera penetración siempre es violación.” Bien lo sabía, pues actuó de proxeneta personal de Sartre, a quien enviaba alumnas previamente seducidas por ella, a fin de que el filósofo, con su violenta fealdad, las desvirgara. Especialmente cruel fue el caso de Bianca Bernard, de origen judío, a quien la pareja abandonó a su suerte durante la ocupación nazi. Su mentora se había cansado de ella y, según dejó escrito en su correspondencia con Sartre, a Bianca sólo le quedaban dos salidas: el suicidio o la deportación. Todo muy edificante. Levantar las faldas al pasado es una inquisición retrospectiva. Lo llamativo es que ciertas vacas sagradas jamás serán canceladas por el delirio inmoral. Sus caprichos sexuales son vistos como “travesuras” de intelectuales. Otros, sin embargo, han visto sus obras retiradas de las librerías por parecidos motivos. Que se lo pregunten al octogenario escritor francés Gabriel Matneff, juzgado y condenado a la muerte social y literaria.