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"Es una serie mítica que nos confronta con nuestros límites y consigue congraciarnos con nuestra condición humana"

Recordaba la serie Cosmos: un viaje personal, de Carl Sagan, que comenzó a emitirse en España en 1982. Hace cuarenta y un años, se dice tarde. Parecen años luz. Después del telediario nocturno de RTVE, aparecía Sagan, un científico norteamericano con aspecto de italiano o español, vestido con jersey de cuello de cisne y americana de profesor universitario. Fueron treinta y nueve capítulos que asombrarían a medio mundo. Y no fue para menos. En la plataforma Filmin, me he dado el gusto de volver a ver los trece capítulos de la primera temporada, dosificando el placer y el vértigo que, por elevación, proporcionan los conocimientos científicos sobre el universo. Relativizan hasta el ridículo nuestras disputas políticas y zozobras personales. Cierto es que la serie ha envejecido en su puesta en escena, deudora de una escenografía, más cerca de Star Trek que de Una odisea en el espacio, y que algunos planos de Carl Sagan resultan hoy algo atildados. Pero Sagan no sólo fue un comunicador excepcional, sino un astrónomo y astrofísico de talla mundial, que demostraba su amor por el conocimiento y su preocupación humanística por el futuro del planeta. A esa rara aleación entre el científico y el comunicador que traspasa la pantalla, hay que sumar un guión excepcional, escrito por el propio Sagan, que tan pronto lleva al espectador a los confines de la galaxia o a las tormentas descomunales de polvo estelar como lo acerca a la Biblioteca de Alejandría, cuyo director Erastóstenes calculó con precisión asombrosa la circunferencia de la Tierra. La música de Vangelis acrecienta esa emoción de inmensidad panteísta. Como buen científico, no entraba en cuestiones filosóficas ni religiosas, cuyas conclusiones dejaba en manos del espectador, aunque defendía la hipótesis de la existencia de vida inteligente ahí fuera. Sería lo deseable, pues aquí empieza a escasear. Sea como fuere, es una serie mítica que nos confronta con nuestros límites y consigue congraciarnos con nuestra condición humana.
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