Suicidio
Los amigos de Mario
Iván, Javier y Julia compartieron su testimonio en la gala organizada por la asociación Besarkada (Abrazo) con motivo de la celebración del ‘Día internacional de los supervivientes del suicidio’

- Sonsoles Echavarren
Mario tenía 18 años cuando se quitó la vida. Cuando se suicidó. Así, con todas las letras. Aunque cueste pronunciarlas. Era el 12 de agosto de 2020 cuando este joven dejó de sufrir y comenzó el sufrimiento y la supervivencia, ese sobrevivir que consiste en seguir respirando, para sus padres, su familia y sus amigos. No importa cómo lo hiciera. Ni si nadie se había dado cuenta de nada. O si dejó o no una carta de despedida. Todos esos detalles que aún rodean a un tipo de muerte que es un tabú, a la que abraza, casi hasta estrangularla, el estigma de la culpa. Y a la que muchos, demasiados, aún miran con desaprobación. Los padres y amigos de Mario suman solo unos cuantos del conjunto de personas que han sobrevivido a la muerte de su pareja, su hermana, su mejor amigo o, lo peor, de su hijo. Porque, ¿qué puede haber más terrible que enterrar a un hijo que se ha suicidado? Pero todos ellos, escapando del dolor o quizás impulsados por él, decidieron compartir su testimonio. Y lo hicieron el viernes por la tarde, ante más de 200 personas, en la gala organizada por la asociación Besarkada (Abrazo) con motivo de la celebración, este sábado, del ‘Día internacional de los supervivientes del suicidio’. Unas palabras que nos hicieron llorar y reír a partes iguales. Unas emociones al desnudo que, sin duda, causaron un efecto catártico.
Iván, Javier y Julia se subieron al escenario acompañados por Jaizabel, la psicóloga que los ha arropado y escuchado en este último año y medio. Estaban nerviosos pero, al mismo tiempo, contentos por poder ‘vomitar’ ese torbellino, más bien huracán, de sentimientos, emociones, llantos y rabia. “Cuando me lo dijeron, no me lo podía creer. Me parecía que Mario iba a aparecer en cualquier momento”, contó Iván, su mejor amigo, su ‘Zipi’. “A mí me ayudó mucho hablar con los amigos. No callarlo porque a cualquier nos puede pasar”, añadió Julia. Y Javier emocionó al público con el rap que compuso para su amigo. Con su ‘Nubes de truenos’, que bien podría convertirse en un himno sobre el suicidio, alude a su cóctel de emociones (“te odio pero a la vez te quiero”) e insiste, en que “la cabeza es una hija de puta / que juega con nosotros a la ruleta rusa”.
Buf. Me quedé sin palabras. Y eso que me gano la vida con ellas. Cuando Elena Aísa, la presidenta de Besarkada, me llamó para pedirme que presentara la gala, dudé en si hacerlo o no. Y no solo por los problemas logísticos que entraña un viernes por la tarde cuando tus hijos acumulan conciertos, entrenamientos y saraos varios. Sino porque era un reto muy complejo. Pero, al final, dije sí y aplaudo ahora mi decisión. Porque, confieso, ha sido uno de los momentos más importantes en mi trayectoria profesional. Por todo lo que he aprendido. Sobre todo, como persona.
¿A saber? Que el suicidio nos puede tocar a cualquiera. De una manera u otra. Y que cuando te llega, no te roza de manera tangencial sino que te explota de lleno y acumulas un sufrimiento solo comparable al de los prisioneros de un campo de concentración o soldados de guerra. O incluso más. Que cuando una persona dice que se quiere quitar la vida no debemos creer que no lo va a hacer sino que es una señal de alarma. Que el duelo en estos casos es más largo que con otras muertes y que, a menudo, existen recaídas. Que hay que hablar y no ocultarlo. Y, sobre todo, que nadie se sienta solo. Porque existen asociaciones y profesionales con los oídos bien abiertos.
El suicidio es realidad, a todas luces, preocupante y que cada vez va a más. Como confirmó el psiquiatra de menores Javier Royo. “Casi en cada guardia, veo un caso o dos de adolescentes que han intentado suicidarse. Algo que antes no ocurría”. Pelos como escarpias al conocer que es la segunda causa de mortalidad entre los jóvenes, tras el cáncer, y que apenas se destinan recursos para evitarlo. Una vez más: buf. Así que, mientras la situación mejora o se arregla en algo (ojalá), me quedo con el testimonio de los amigos de Mario. De Iván, Javier y Julia y con las canciones de Leire, que a sus 20 años fueron tan valientes de expresar lo que a los adultos nos da terror. Y, sobre todo, me llevo el abrazo de Bea. “Yo soy la madre de Mario”, me dijo con los ojos líquidos. Nada más que añadir.